Por Nicolás Marchetti (*)
Amanecimos en Córdoba, agradecimos por los servicios prestados y partimos hacia la estación de trenes, a donde me di cuenta de que no había guardado mi pasaje de vuelta a Madrid, por lo que Cristina Hevia de Turismo y Frabrizio, el guía napolitano, se encargaron de solucionar el problema en las oficinas de AVE. ¡Muchas Gracias!
En Atocha nos despedimos y cada uno de los periodistas tomó propio rumbo. Algunos seguirían de viaje, como yo, y otros volverían ese mismo día a sus países de origen. Laura, la esposa de mi primo que vive en Madrid, me fue a buscar a la estación y me sacó de gira esa mañana por la capital española.
Estaba con una amiga italiana, Chiara, muy divertida. Se comía las uñas y sacaba un “pitillo” (cigarrillo) atrás de otro. Primero fuimos a una feria de ropa en la afueras de Madrid (vía GPS) a donde ellas tenían un compromiso y luego sí partimos al Centro, porque le pedí que me llevaran al famoso Mercado de San Miguel.
En media hora llegamos pero en el camino pasó algo que nos sorprendió a los tres. En un semáforo de las afueras de Madrid tres chicos nos limpiaron los vidrios del auto. Ellas nunca habían visto algo así. La crisis española tiene diversas formas de manifestación, y esta debe ser una de ellas.
Luego sí llegamos y estacionamos el Seat Ibiza en una playa subterránea que no tenía empleados. Había que pedir el ticket y dejar el dinero (a la salida) en una máquina parecida a las que expenden golosinas y gaseosas. ¡Atento el sindicato de playeros, que en breve se quedan sin trabajo!
Caminamos un par de cuadras hasta el barrio Chueca, a donde está el Mercado San Antón. Laura quiso llevarme allí porque “es igual o mejor al San Miguel, sólo que tiene menos turistas y mejores precios”. Lo cierto es que era sábado por la mañana y explotaba de gente.
Y como en los otros mercados que visitamos, en el Mercado San Antón “flipamos” (que es como decir “flasheamos”) con la variedad y la calidad de los productos que se pueden encontrar allí dentro. ¿Hongos? Muchísimas variedades. ¿Quesos? Los que quieras, de España, Italia y Francia también.
¿Pescados? Ni que hablar, tío. Im-pre-sio-nan-te. Una belleza para los que nos emocionamos fácil con la gastronomía. Con toda esta maravillosa materia prima es más fácil ser un genio en la cocina, no quedan dudas. Todo empieza en el producto, si no lo tienes, no tienes nada. Esa es la cuestión.
Tapas otra vez
Obviamente que el Mercado de San Antón tiene en su cuarto piso muchos locales que venden sus tapas desde 1 Euro. Nosotros comimos tres cada uno con una caña (1.50 E), un tentempié increíble, rico, sano, barato. Primero un pincho de ají con boquerón y aceituna (Dios lo tenga en la gloria) y luego dos tostas, una de bacalao y otra de pulpo.
Conseguimos una mesa para comer parados. Lo hicimos rápido y seguimos caminando hasta El Tigre, un bar cervecería que quedaba cerca y al que Laura quería llevarme para que vea que en Madrid también hay «sitios feos». No era tan feo, también era para comer de parado, la comida no era muy buena pero sí barata y abundante.
El Tigre estaba lleno de gente y me pareció un buen sitio como para bajar a tierra y ver que aquí no todo es perfecto, que hay lugares como éste, que no descolla. La cerveza igual estaba buena y salimos de ahí con el sol de otoño golpeando bien de frente.
Fuimos hasta El Corte Inglés (una tienda como Falabella, a donde se filmó la genial Crimen Ferpecto). Recorrimos la sección de perfumes, bazar, discos y por supuesto el último piso dedicado a la gastronomía, con productos (vinos, quesos) y con lugares de tapas con estrellas Michelin y todo.
Uno de los bares está en la terraza y goza de una vista increíble de Madrid.
¡Hala Madrid!
Después pasamos por el Museo del Jamón y fuimos hasta la casa de mi primo, que ya se había despertado luego de dormir toda la mañana (trabaja de noche). Tomamos un café y nos empezamos a preparar para ir esa tarde-noche al partido del Real Madrid contra el Rayo Vallecano. Habíamos previsto tal cosa hacía un mes vía whatsapp, revisando el calendario de mi viaje y la agenda del Madrid.
El Real tiene todos los asientos (más de 85 mil) ocupados con socios, pero siempre hay alguno que no puede ir y avisa para que puedan vender su ubicación ese partido. Mi primo las compró por Internet pero una de cada lado de la cancha, por lo que íbamos a estar separados. No importaba, ver al mejor equipo del mundo era un sueño que iba a cumplir (recodemos que una semana antes había ido a visitar el museo y había quedado encantado).
Antes de partir en moto a la cancha (es mejor que ir en auto por el congestionamiento que se genera en los alrededores del estadio Santiago Bernabéu), preparamos unos «bocadillos» o «bocatas», unos sándwiches de tomate y jamón crudo. Era salsa de tomate fresco que se vende en los súper y jamón serrano, no el de bellota, diferente y más barato, pero riquísimo también y menos pesado.
En ningún jamón español sentí esa sensación de estar comiendo carne cruda con sal que siento a veces que me toca probar un jamón argentino de mala calidad. Aquí hay una cultura jamonera importante y no se come cualquier cosa. El sándwich era para comer en el entretiempo. Me pareció raro llevar la comida a la cancha, pero le seguí el juego a mi primo, que vive aquí hace 15 años.
Surcamos la autopista en moto (¡estaba fresco a 120 km.!) y llegamos temprano, por lo cual fuimos a tomar una caña a una cuadra (o menos) del estadio en un bar a donde había aficionados del Madrid y del Rayo, sin ningún tipo de problemas. Cada uno en la suya y listo, ni una discusión. ¡País civilizado! Eso sí, a las semanas vimos por tele cómo se mataban en el partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña. Lamentable.
La caña salió acompañada de papas fritas tipo Lays y unas aceitunas pedidas por mí. Es de los productos que más me sorprendió en todo el viaje, por su calidad y sabor. Nos tomamos dos (mi primo pidió sin alcohol porque tenía que manejar) y partimos a la cancha como nos gusta.
A pesar de tener varios pisos, para subir a la segunda bandeja no tuve que subir más que 10 escalones y una rampa. Había acomodadores que te llevaban al asiento, calefacción (como las que vemos aquí en los bares, esos caños que emanan un calor terrible desde el techo) y ¡hasta wi fi! que andaba perfecto. Tanto que con mis amigos, que estaban mirando el partido en directo desde Córdoba, intercambiábamos opiniones, fotos y videos sobre el juego.
Obviamente fue un terrible baile del Madrid. 5 a 1 y con un equipo de estrellas con una potencia física y una calidad impresionantes. Todos jugadores mundialistas.
Ah, me olvidaba. En el entretiempo me di cuenta que me primo no era sapo de otro pozo. Todos los que estaban alrededor mío en la tribuna sacaron sus bocatas de los bolsillos de las camperas o de sus bolsos, envueltos en papel aluminio como el mío. ¡Genial!
Después del partido volvimos a la casa, bajo la lluvia. Mi primo Gastón se fue a trabajar. Yo me duché y preparé mis cosas porque al otro día temprano me iba a Barcelona. Muchas emociones juntas en pocas horas, pero estaba tan cerca que no podía desaprovecharlo. Todavía me quedaban maravillas que descubrir y cosas muy ricas para probar en España.
PD.: Si querés leer la primera parte de esta nota (en Madrid) hacé clic acá. Si querés leer el segundo día en Carmona y Utrera, hacé clic acá. Si querés leer el tercer día en Jerez y Cádiz, hacé clic acá. Para leer el cuarto día en Cádiz y Sevilla, hacé clic acá. Para leer sobre los sabores de Sevilla y Córdoba, hacé clic acá. Para leer sobre la jornada Marca España y una cena en el Mercado Victoria de Córdoba, hacé clic acá. Si querés leer cómo sigue el viaje por Barcelona, hacé clic acá.
(*) Director de Circuito Gastronómico.