Barcelona: el sueño del pibe

Por Nicolás Marchetti (*)

Luego de dormir algunas horas en la noche de Madrid, desayuné en la cocina del departamento de mi primo un té con pan, salsa de tomate y jamón, y partí con ese sabor tan pero tan español en la boca hacia lo que serían dos días inolvidables en Barcelona.

Un amigo taxista de mi primo me vino a buscar y me llevó hasta Atocha. Me cobró creo que 15 Euros, pero había apagado el aparato mucho antes de llegar (se ve que son buenos amigos). A las 6.30 de la mañana salía el AVE -tren de alta velocidad- hacia esa hermosa ciudad. Al pasaje lo había comprado una semana antes, a 170 Euros.

Tres horas después ya estaba en Barcelona. Bajé del tren y seguí las indicaciones gráficas para tomar el metro hacia el Centro, a donde 15 días antes había reservado habitación en un hotel llamado Pelayo, de una estrella (32 Euros la noche). Los tiempos de 4 y 5 ya se habían terminado. Mi viaje con el Ministerio de Turismo Español por Andalucía había llegado a su fin el sábado a la mañana y me había quedado algunos días más por mi cuenta para ir a ver al Real Madrid en el Bernabeu y luego y viajar hasta aquí.

En Barcelona todo está perfectamente señalizado, así que no tuve mayores problemas al principio, incluso como siempre pagué el boleto del metro con tarjeta de crédito.

A esa hora del domingo no había nadie en las estaciones, todo estaba muy tranquilo. ¡Parecía la escena de Matrix en que Neo va en busca del arquitecto!

Salgo por escalera mecánica a Plaza Catalunya (pleno Centro) y no lo puedo creer. Barcelona es hermosa. Camino una cuadra y durante ese minuto y medio veo muchos balcones con la bandera catalana. Más tarde me enteraría por los periódicos que ese domingo era un día histórico, por el referéndum que patrocinaron los independistas.

No sé cómo pero me andaba Google Maps sin conexión a Internet (debe ser porque la noche anterior en lo de mi primo estaba mirando el recorrido de ¡tres cuadras! que tenía que hacer hasta el Pelayo) por lo que llegué muy rápido al hotel. Dejé mis cosas y me fui a recorrer la ciudad, no sin antes desayunar por segunda vez en el día en el Café Austria, ubicado justo al frente.

Probé el café con leche y las masas rellenas de chocolate y crema pastelera. Tremendas. Bien livianas, hojaldradas y con rellenos súper pero súper expresivos. Leo el diario y además de las páginas de política veo tremenda nota de tres páginas sobre Frank Zappa. Bien ahí, Barcelona.

Con poco tiempo para recorrer semejante ciudad me habían recomendado que me suba a los buses turísticos (cuesta 27 Euros) que están todo el día recorriendo los puntos fuertes y que me baje en los que más me gusten. ¡Pero apenas con la Sagrada Familia y el Parque Güell ya se te pasa el día! Un dato: el museo de la Fundación Jean Miró en el Parc de Montjuïc no abre los domingos. Reboté en la puerta esa tarde. Fue mi única frustración en Barcelona.

Ciudad cosmopolita
Barcelona está lleno de turistas y de residentes que vienen de países de todo el mundo. La ciudad no es blanca, clásica y radiante como Madrid, sino que su belleza es totalmente diferente: es ocre, de ladrillos, con recovecos que dan al mar y a la montaña. Mucha historia moderna.

Algo muy importante para quedar atónito es que te sorprende cada tanto con una obra arquitectónica descollante, un monumento gigante o una escultura bellísima. Todo está para sorprenderte, para que no lo puedas creer.

El bus turístico te lleva por las atracciones fundamentales, pero cuando sólo tenés un día y medio para recorrerla te sirve y mucho. Barrio gótico, Port Vell, Torre Agbar, Sagrada Familia, Parque Güell, La Pedrera, Monumento de Colón, Parc de Montjuïc, Barcelona FC, Plaza España, entre otros, cientos de lugares increíbles. Todo el día te hablan del genio de Gaudí, no está nada mal.

Almorcé a las ocho de la noche, estuve todo el día recorriendo bajo la lluvia (el día más frío que pasé en España) y ni me di cuenta. Paré en una panadería del Paseo de Gracia y me comí un sándwich increíble de jamón (4 Euros), en un pan de semillas, caminando hasta la increíble Casa Batlló. ¡Barcelona es alucinante a cada paso!

Luego volví al hotel, me duché y pregunté por algún sitio para comer que no sea taaaan turístico, algo más para locales, pero parece que eso es algo casi imposible en la zona céntrica, porque está lleno de gente de todo el mundo todo el tiempo. Me mandaron como a 15 cuadras (a la calle Mallorca, que corta al Paseo de Gracia) a una “Cervesería” que se llama Catalana y que explotaba de gente ese domingo.

Me senté en una barra en el único lugar vacío, pedí una caña, aceitunas, pan con anchoa y tomate, y después unos boquerones en vinagre con oliva al plato. Luego otra caña, y gasté 16.40 Euros. Durante una hora y pico fui feliz con poco en ese mágico lugar.

De regreso vi que el bar restaurante Loidi de Martín Berasategui que estaba a una cuadra del bar ya estaba cerrado. Cuando pasé a la ida no había nadie. Leí el menú, había tapas desde  un euro con cincuenta y un menú desde 40 Euros. Lo pensé, pero adentro estaba lúgubre y no me gustó. Seguí y tuve una experiencia genial, en un bar lleno de gente, a los gritos, comiendo y bebiendo sin culpa, a lo grande y por poca plata.

Me fui a dormir rápido ya que al otro día me tocaba ir a La Rambla y La Boquería. Otro datito: el Paseo de Gracia es una de las calles más cool de Barcelona. Todas las grandes marcas están aquí: Armani, Gucci, Bvlgari, Chanel, Burberry, Luis Vuitton. En uno de los cines la peli principal en cartel era Relatos Salvajes. Otro: la embajada argentina también está en esta calle. ¡No podemos ser menos!

Me encuentro solo
“Bajo la rambla estoooy” iba cantando recordando a Los Perros de Gabriel Carámbula mientras caminaba por La Rambla hasta el mar. La Rambla, básicamente, es un recorrido peatonal de 10 cuadras en donde hay puestos de todo tipo: florerías, diarios y revistas, helados, suvenires, frutas, todo lindo, todo para llevar, comer, comprar. Todo es muy bello hasta que aparece el Mercado La Boquería, que es el cielo mismo, el paraíso terrenal de los amantes de la gastronomía.

Desde que abre La Boquería hasta que cierra está lleno de gente. Se pueden comprar cosas para llevar y también tiene puestitos para comer al paso. Además de ser arquitectónicamente bello, tiene tantos productos tan bien presentados que no lo podés creer. Pedís que alguien te pellizque y es cierto, estás allí.

Las cosas más raras que vi fueron el pene de toro, palomas y perdiz roja (con y sin plumas), liebre “del pirineo”, conejos (ambos con y sin piel también) caracoles, mini pollos, sangre de ternera, criadilla, ¡hasta pulmones de vaca!

Foie gras había en todos lados, como si fuera manteca; quesos y aceitunas para tirar para arriba, miles de variedades. ¿Frutas? De todos los continentes. ¿Hongos? Millones. ¿Alcauciles? ¡Enormes! ¿Jamones? ni que hablar. ¿Especias? Montañas coloridas.

Me sorprendió ver todos nuestros cortes de la vaca: matambre, costilla, entraña, vacío. Muchas carnecerías tenían todo listo para comer un asado bien a lo argentino, pero con todos los chiches: había molleja y chinchulín de cabrito en casi todas las carnicerías.

Mucho me acordé de Marcelo Taverna, el chef de Juan Griego, que me dijo que me iba a volver loco cuando por fin me toque conocer La Boquería. ¡Dicho y hecho, Marcelo!

Todo termina
Después caminé, caminé y caminé por Barcelona, hasta que no me respondieron más las piernas. A las cuatro de la tarde salía el tren a Madrid y a las dos ya no daba más. Paré en un local de focaccias (se llama BuenasMigas) en la avenida Diagonal, justo al frente del shopping que está en la antigua plaza de toros (se llama Centro Comercial Arenas de Barcelona, está al lado de Plaza de España).

Compré una de queso de cabra, panceta y tomate. Una porción grande, deliciosa, con una packaging divino presto para caminar, a 4.60 Euros. La comí sentado en una silla de plaza, frente a al parque Jean Miró, pensando en que esta es una ciudad a la que no voy a olvidar jamás.

De regreso en Madrid (a las siete de la tarde) mi primo Gastón y su esposa Laura me llevaron a un shopping cerca de su casa a comer las últimas aceitunas y a tomar la última caña, a un bar tipo irlandés. La pasamos genial. El avión a Buenos Aires salía a las doce de la noche por lo que había tiempo para una última cena en su departamento.

Abrió una lata de berberechos, comimos el jamón serrano que quedaba, y se hizo unos costeletones a la plancha espectaculares. La última gran cena en España fue como volver 15 años atrás, cuando éramos chicos y vivíamos juntos gran parte del verano.

En Barajas pagué 60 Euros por sobrecarga de equipaje (vinos, aceite de oliva, jamón, turrones, chocolates con aceite de oliva y sal marina, masa pan, entre otras cosas, ayudaron a ganar peso). En Ezeiza pagué de nuevo (algo así como 200 pesos). Tienda de León, Aeroparque, Córdoba. Gran reencuentro con la familia y un final feliz para un viaje increíble por España. ¡Olé!

PD.: Si querés leer la primera parte de esta nota (en Madrid) hacé clic acá. Si querés leer el segundo día en Carmona y Utrera, hacé clic acá. Si querés leer el tercer día en Jerez y Cádiz, hacé clic acá. Para leer el cuarto día en Cádiz y Sevilla, hacé clic acá. Para leer sobre los sabores de Sevilla y Córdoba, hacé clic acá. Para leer sobre la jornada Marca España y una cena en el Mercado Victroria de Córdoba, hacé clic acá. Si querés leer el regeso a Madrid, hacé clic acá.

(*) Director de Circuito Gastronómico.

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