Por Nicolás Marchetti (*)
Circuito Gastronómico participó de un viaje gourmet por el sur español junto a otros medios latinoamericanos gracias a una invitación de Marca España, proyecto dependiente del Ministerio de Turismo del gobierno que busca promocionar a su país en el extranjero.
Y la experiencia resultó inolvidable: el viaje comenzó en Madrid y siguió por la región de Andalucía: Sevilla, Córdoba, Jerez, Cádiz, entre otras bellas ciudades llenas de historia y tradición gastronómica. Fue un viaje de 10 días que repasaremos en una serie de crónicas semanales en nuestra web.
Todo viaje comienza por la espera de un taxi. En este caso (y en muchos otros) llegó media hora tarde (gracias, Renta Rap) pero no lo suficiente como para perder el vuelo hacia Buenos Aires. Vale aclarar que viajar desde Córdoba a Madrid puede tardar 24 horas. Primero Córdoba-Aeroparque, luego Aeroparque-Ezeiza en un colectivo de Tienda de León y más tarde Ezeiza-Madrid en nada menos que 12 horas de vuelo.
Una apostilla del vuelo: la comida que sirven en Air Europa (¿y en todos los aviones?) no es menos que espantosa, pero al menos la compañía fue buena. Un psicólogo italiano que había comprado una casa en Bariloche, amante de la gastronomía y de la buena vida en general, y que estaba obsesionado con la búsqueda de la belleza en todos los sentidos posibles y a la vez, muy preocupado por la comida genéticamente modificada.
A pesar de tanta charla, lectura (Malcomidos y El hombre que se comió al mundo) y sueño, las 12 horas de viaje no se pasan rápido. Pero llegamos sin sobresaltos. El aeropuerto de Barajas es enorme. Desde el aterrizaje hasta el descenso lleva media hora bajar, incluso en un horario muerto como el de las 5.30 de la mañana.
De allí caminamos y tomamos el metro (se paga con tarjeta de crédito) hacia el centro, caminamos con la maleta dos calles por las que circulaban españoles recién salidos de los bares, y al amanecer ya estábamos mirando por la ventana del hotel cuatro estrellas que Marca España nos había reservado: el recientemente renovado, NH Collection Eurobuilding, a una cuadra de La Castellana.
Está en un barrio fabuloso (Chamartín), coronado por la presencia del Santiago Bernabéu, el estadio del Real Madrid, que más tarde pasaríamos a visitar. El desayuno de este domingo fue en la esquina del hotel, con la compañía inmejorable de un primo rosarino que vive en Madrid desde hace años. Café con leche, un hojaldre de manzana (por expresa recomendación de mi madre) y un flautín de jamón serrano recomendado por mi primo, nos dan la bienvenida al mundo de los sabores españoles.
Después sí, mi primo se fue a dormir (trabaja de noche en otro hotel y estaba muerto de sueño) y yo empecé a recorrer la bella Madrid. La primera sorpresa fue la parada del bus, que tiene relojes digitales que avisan cuánto falta para que pase el próximo de cada línea. Un domingo a las 10 la mañana solamente esperé siete minutos para que venga el 27, que recorre La Castellana de punta a punta (el pasaje cuesta €1.50). Tenía que ir a la estación de Atocha a comprar un pasaje de Ave (el tren rápido español) que me llevaría el domingo siguiente hasta Barcelona.
15 minutos en colectivo me bastaron para ver los hermosos ocho carriles que tienen los autos para circular por la Castellana (dos son exclusivos de taxis y colectivos), pero también descubrir la fuente de Cibeles, el Museo del Prado, la Gran Vía, las fachadas de los edificios modernos, las esculturas que hay diseminadas en cada esquina y la inmaculada arquitectura clásica de los edificios públicos. Ya iba a haber tiempo para recorrerlos.
El viaje de Madrid a Barcelona, ida y vuelta, cuesta €170. Ya lo tenía en mi poder y luego de conocer la renovada Estación de Atocha, empecé a caminar de regreso al hotel. Pero claro, en esos cuatro kilómetros hay todo un mundo por descubrir, con muchas respuestas a preguntas (algunas visibles y otras que estaban guardadas en el inconsciente).
Dato al paso: Hay promociones para viajr en el Ave. En la oficna de Atocha hay que preguntar por el «Renfe Spain Pass», para que comprando varios viajes, te salgan algo más baratos.
La Plaza Mayor
Recorrer la Gran Vía y llegar a la Plaza Mayor, es un paseo genial. Ahí mismo descubrimos que como toda gran ciudad, cualquier día Madrid está lleno de turistas de todas partes del mundo. Los bares explotan, la gente va en busca de las referencias, y yo voy con ellos. Llego a la Plaza y lo único que quiero es cumplir mi promesa: sentarme a comer un sándwich de jamón con una sidra.
Me arrancaron la cabeza (€15, después me di cuenta) pero fui feliz. Me senté en una barra junto a otros españoles a los que no les interesaba la Plaza, que tomaban su café o su caña con un bocadito rico de lo que sea, mientras hablaban de sus menesteres de todos los días, como si estar en Madrid fuera cosa poco seria.
Antes de seguir camino, algo para destacar en los alrededores de la plaza: ¡cómo se come la bocata de calamar! Son como un sándwich de rabas que están en cada bar, en cada rincón de la zona.
Después sí, con la consciencia tranquila y con sorpresas a cada paso, me dediqué a caminar hasta que las piernas no respondieran más. Parque del Retiro, Palacio de Cristal, Iglesia San Jerónimo, Museo del Prado, Reina Sofía, Puerta de Alcalá, todo tan cerca, toda esa cantidad de información en tan pocos metros cuadrados… uno no tiene respiro y sin duda debe dedicarle varios días si quiere ser preciso.
Pero me estaban esperando para el almuerzo en el NH EuroBuilding, hotel que cuenta con el único restaurante tres estrellas Michelin de Madrid. Igual, no tendría el placer de conocerlo esta vez. El restaurante DiverXo, de David Muñoz, estaba cerrado porque el señor chef había viajado a una maratón en Nueva York. Igual, el restó del hotel tiene lo suyo y el almuerzo resultó muy bueno.
El restó es asesorado por Paco Roncero, quien también está considerado uno de los máximos representantes de la cocina de vanguardia española (tiene dos estrellas Michelin en su restaurante La Terraza del Casino, en el Casino de Madrid). La propuesta de ese mediodía incluía pasos como ostra y margarita (fusión de cocina y coctelería), una adorable reversión de la ensalada rusa, un jarrete con salsa de coñac y osobuco y un arroz trufado con croqueta de yema de huevo.
Un almuerzo “de la hostia” que marcaría el comienzo de una serie de almuerzos y cenas inolvidables. Por lo que podía vislumbrar, una semana comiendo como reyes en España no iba a estar mal. Nada mal.
El Bernabeu
Después del almuerzo, que terminó a las cinco de la tarde, se largó a llover, así que no había muchas alternativas. El estadio del Real Madrid estaba a una cuadra y gentilmente Cristina Hevia, representante de la oficina del Ministerio de turismo español que nos acompañaría todo el viaje, nos había regalado a los nueve periodistas iberoamericanos invitados una “Madrid Card”, con la que se tiene acceso libre a varios paseos.
Y para los amantes del fútbol, ir al estadio del Real Madrid es ir a un verdadero templo del fútbol. Se trata de una estructura monumental, el estadio a donde juega el equipo más grande del mundo. La visita es extraordinaria, de punta a punta. Empieza en las alturas de la quinta bandeja de la tribuna, pasa por las vitrinas con todas las copas ganadas, por animaciones computarizadas y videos de todos los tiempos, camisetas y accesorios de todas las épocas, y termina con la visita a los vestuarios, ¡el campo de juego! y a la tienda oficial del club (€100 la camiseta).
El paseo es una lluvia de fútbol y de pasión madrilista que hace temblar las piernas. Tanto, que luego de 40 horas sin dormir como corresponde, vamos a tomar una siesta, de 19.30 a 20.30, porque a las 21 nos vamos a cenar a Platea, una de las últimas y resonantes aperturas en Madrid. La adrenalina que genera un viaje de esta magnitud nos permite estas licencias que luego el cuerpo, por supuesto, se encargará de facturarnos.
Un teatro gourmet
Según cuentan en el bus que nos lleva hasta el destino, Platea es el centro de ocio gastronómico más grande de Europa. Fue un teatro (el Cleofas), un cine, una disco. Hoy es un gran emprendimiento a cargo de (otra vez) Paco Roncero, en sociedad con el asturiano Marcos Morán y el gallego Pepe Solla. Entre los tres tienen seis estrellas Michelin en sus restaurantes, y hoy, tras una remodelación de estos seis mil metros cuadrados, la rompen con un concepto que se repite en toda España: mercado de tapas.
En planta baja hay “quioscos” de comida mexicana, asiática, peruana e italiana. Además ofrecen guisos, carnes y hasta panchos gourmet. En la planta principal se han instalado tiendas de charcutería fina, mariscos, encurtidos y ensaladas. El comensal puede comprar lo que le guste y luego sentarse en las mesas ubicadas en el área común, con luz tenue y música electrónica a buen volumen.
La oferta se completa con el restaurante del chef Ramón Freixa, con un bar de alta coctelería en la tercera planta, que tiene supervisión del barman argentino Diego Cabrera (elegido como el mejor de España en 2011) y, por último, en el ático hay un club de fumadores de puros. Todo pensando y orquestado para ser un club gourmet, de carácter popular, pero gourmet.
En Platea lo mejor que probé fueron las ostras con limón y tres gotas de Tabasco (foto portada), y un pickle (de la sección de encurtidos) que nunca olvidaré por el resto de mis días: un mini pincho de anchoa, aceituna verde, chaucha y pimiento rojo asado. La calidad de la materia prima lo es todo. Los productos que tienen en España marcan la diferencia en el paladar y en el corazón. Con ese simple bocado ya estaba vivenciando la búsqueda de la belleza, eso que hablábamos con mi compañero de avión.
Antes de dormir, con el grupo de periodistas (dos brasileños, un cubano, un puertoriqueño, una mexicana, dos venezolanos y una periodista porteña -de la Revista Bacanal-) optamos por tomarnos un trago en el hotel.
Pregunto al barman cuál es el trago de moda en Madrid y me dice que el gin tonic (después descubriría el furor con helados de gin tonic y espumas de gin tonic en postres de otros restaurantes). Lo cierto es que tiene sus variantes y probé dos, uno de un gin español aromatizado con tomillo y aceite de oliva -antes de partir a Platea- y otro de un gin tradicional pero mezclado con jengibre y otras especias que le dieron un toque espectacular a la noche y a lo que fue mi bienvenida a Madrid.
Luego del gin tonic nos fuimos a dormir porque al día siguiente empezaría el viaje por Andalucía, primero en una planta de elaboración de aceite de oliva extra virgen y luego por un restaurante de tapas premiado a nivel nacional, de los cuales nos ocuparemos en el próximo envío la semana que viene.
PD.: Si querés leer la segunda nota de este recorrido (por Carmona y Utrera) hacé clic acá.
(*) Director de Circuito Gastronómico.