Vino para ser un clásico

(*) Por Roberto Colmenarejo

“Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”
, Federico Fellini.

Alguna semanas atrás, luego de una charla con amigos, me puse a pensar cuales podrían considerarse como vinos “clásicos” argentinos. La palabra “clásico” lleva muchas veces a los enófilos a pensar en productos de estilo tradicional o con elaboraciones pasadas de moda. Sin embargo, la Real Academia Española menciona como definición de clásico “algo que se tiene por modelo de imitación, típico o característico”, por lo que no necesariamente un vino clásico debería ser un vino “viejo”, sino más bien un producto “de referencia” con una calidad o estilo que lo mantiene en el tiempo y le da reconocimiento por parte de los consumidores.

Con esta última definición en mente -y apelando a algunos recuerdos de cata de hace ya bastantes años, cuando me inicié en estas cuestiones enológicas- armé esta lista de vinos que vengo probando hace años y que me parecen referenciales o icónicos en algún aspecto, ya sea por su elaboración diferenciada, porque crearon un nuevo segmento de vinos, porque conservan técnicas de elaboración que van cayendo en desuso o simplemente porque han sabido interpretar el paladar del consumidor argentino a través de los años.

El año pasado escribí una nota sobre los vinos clásicos desde el punto de vista de la enología más ancestral (Los clásicos que tenés que tomar). Hoy quiero invitarlos a descubrir y disfrutar de los nuevos clásicos en todos sus estilos y variedades. Aquí va mi pequeña selección:     

. New Age Blanco ($29): Aunque para muchos sea una simple bebida “bolichera”, este frizzante de Bodegas Bianchi fue quien “inventó” esta categoría de vinos hace casi 20 años atrás. Cuentan que a la generación joven de la familia -en ese momento la tercera en la conducción de la empresa- les costó muchísimo convencer a sus mayores de sacar este producto al mercado. Sin embargo, el riesgo fue recompensado en poco tiempo con un gran éxito de ventas y la creación del concepto de “vino gasificado” en nuestro país. El producto en cuestión es un blanco simple y agradable de beber; de aromas limpios y frutados, con una boca liviana, burbujeante y dulce ¡El vino perfecto para la noche y la fiesta!    

. Montchenot Blanco 2011 ($40): Un vino fresco e inmensamente austero -de perfil quizás demasiado “old fashioned” para los blancos que estamos acostumbrados a beber hoy en día-, pero una verdadera reliquia de los vinos clásicos nacionales. Un producto vinificado con uvas Chenin, de aromas herbáceos y ligeramente oxidativos. En boca es simple, de cuerpo medio, con buena acidez y moderada persistencia. Este vino parece “decir poco” en la copa,  pero acompaña de maravillas -sin “robar” protagonismo- a una gran cantidad de platos de nuestra gastronomía ¡Les aseguro que vale la pena probar cosas diferentes como esta!     

. Colonia Las Liebres Bonarda 2011 ($49): La Bonarda es una cepa muy extendida en nuestro país, pero que siempre fue infravalorada y se utilizó para cortes con otras uvas. Desde 2003 la bodega mendocina Alto Las Hormigas le ha devuelto a la variedad el lugar que le pertenece, con este vino de alta calidad y destacada tipicidad varietal -que ha sido modelo para muchos que vinieron después-. Un tinto con evidentes aromas de frutas negras (frambuesas, moras); en conjunción con trazos especiados, terrosos y empireumáticos suaves (ahumados, caucho). La boca es fresca y de balanceada acidez, lo que la mantiene fluida a pesar de tener los taninos algo rugosos aún. Un buen vino para acompañar el asado, dejando por una vez de lado al malbec.
  
. Ruca Malen Petit Verdot 2010 ($70): Este vino apenas tiene media docena de cosechas en el mercado, pero ya es un referente ineludible del cepaje y la bodega lo agota a pocos meses de ponerlo en la calle. Un producto de gran entidad y precio razonable. Su aromática es frutal, especiada y balsámica, con apreciables notas de buena madera. En la boca entra pleno, seco, recio, concentrado y de taninos aún algo apretados (que se suavizarán con la estiba, augurando un buen potencial de guarda), que dejan un post-gusto prolongado y muy placentero. Un gran vino tinto, para acompañar platos potentes y bien sazonadas.  

. Pura Sangre 2007 ($120): El poeta y novelista argentino Leopoldo Marechal decía que “quien hereda un nombre hereda un destino” y esto parece haberle pasado al enólogo Ángel Mendoza, un profesional cuyano que es “patriarca” y referente indiscutido de la vitivinicultura nacional. Don Ángel ha trabajado en esta industria toda su vida, siendo dueño y enólogo de algunas de las bodegas más importantes de Argentina. Hoy ha elegido una vida más sosegada y posee -junto con su esposa e hijos- una pequeña finca y bodega familiar donde elaboran este exquisito vino, que para mí es “el exacto gusto argentino en tintos”. Este producto es un corte de Malbec (80%) y Cabernet Sauvignon (20%), que reposa dos años en barricas de roble y luego otro más en botella antes de salir al mercado, ofreciendo así un vino complejo, pulido y listo para disfrutar. Sus aromas recuerdan a frutas rojas maduras, especias y buena madera; mientras que su boca es sabrosa, de buen volumen -pero con considerable frescura-, taninos incipientes y grata persistencia. ¡Un verdadero ícono del vino patrio, para descorchar en una ocasión muy especial!

. Bramare Reserva Cabernet Sauvignon 2008 ($190): Este vino marcó un antes y un después en la enología nacional, al menos en lo que se refiere a la vinificación de esta recia uva tinta. Fue la mano del enólogo norteamericano Paul Hobbs (en sociedad con la familia mendocina Marchiori-Barraud, dueña de algunas de las mejores fincas de Lujan de Cuyo), cuya habilidad permitió crear este vino de perfil netamente internacional y gran aceptación en nuestro mercado. Este tinto tiene una tipicidad varietal indiscutible, en un marco de notable elegancia y balance. Sus aromas remiten a frutas negras, especias (clavo, pimienta), cuero y notas herbáceas; todo enmarcado por una sabia crianza en barricas. Al llevarlo a la boca es un vino potente, pletórico de sabores, con taninos firmes y larguísima persistencia ¡Una joya de la producción nacional, que cuesta sus buenos pesos, pero que devuelve con creces el precio pagado!    

. Santa Julia Chenín Dulce Natural 2012 ($31): Un vino no necesita existir hace un siglo para ser un clásico. Así lo demuestra este producto de la bodega Familia Zuccardi, que en una década se ha cargado la reputación de ser el referente de los blancos dulces naturales. Un vino rico y desestructurado. Posee una diáfana aromática frutal; acompañada de una boca golosa, muy leve en alcohol y con fresca acidez ¡Un vino “entrador” como pocos, para cualquier hora del día!   

. Mistela D´Oro Crotta S/A ($40): Aunque los vinos licorosos han perdido gran parte del favor popular en los últimos años, aún hay bodegas tradicionales que los elaboran con gran calidad. Sin dudas, este producto de la tradicional bodega mendocina Crotta es el mejor exponente del mercado. Un blanco dulce fortificado (20% alcohol) que ha pasado largos y pacientes años de crianza en toneles de roble, ganando así un bellísimo color oro viejo y una complejidad de aromas considerable (pasas de uvas, miel, vainilla, caramelo, cedro, cera).  En la boca es un producto de dulzor marcado, pero que no empalaga gracias al balance que le brinda su elevado grado alcohólico. Conviene tomarlo siempre bien frío, en copas pequeñas ¡Nada mejor para cerrar una buena comida, acompañando el postre o el café!   

¿Quieren agregar ustedes algún otro clásico nacional? Estoy seguro que hay muchos más.

¡Hasta la próxima copa!

(*)Sommelier y docente – robertocolmenarejo@hotmail.com

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