(*) Por Roberto Colmenarejo
El pasado jueves 19, luego del tradicional receso estival, volvimos a disfrutar de los Wine Tours del Hotel Sheraton Córdoba. En esta oportunidad la bodega anfitriona fue Amalaya, quién, a través de su director comercial Marcelo Maizelman, presentó un interesante surtido de sus etiquetas más clásicas.
La recepción comenzó puntualmente a las 21.30, con aperitivos en forma de petit delicias saladas, un clásico del hotel donde la cocina comandada por el chef Emiliano Toledo Arévalo se luce con sus inspiradas preparaciones en miniatura (muy gustosas la cazuela de pulpo a la gallega, las croquetas de queso de cabra en croute de cereales y el shot de gazpacho con mini-provoleta). Para acompañar estos amouse-bouches se sirvió el Amalaya Brut Nature ($110), un espumoso fresco, frutal y liviano; elaborado por el método charmat con un atípico corte de uvas Riesling y Torrontés cafayateñas. El vino acompañó amablemente los appetizer, permitiendo que los sabores y texturas de estos se mostraran en plenitud.
Con el tiempo suficiente para disfrutar de una copa y hacer algo de sociales, pero sin demoras innecesarias, pasamos a las mesas para comenzar con la cena. La comensalidad nos llevó a compartir la velada con un animado grupo de enófilos locales, además de la periodista Geo Monteagudo y el destacado publicista Federico Storni.
Tan pronto como nos sentamos, la panificación elaborada en el hotel nos sedujo con su aroma y presentación. Como yo me puedo resistir a todo menos a la tentación -al igual que el genial Oscar Wilde-, debo confesar que disfruté de los deliciosos panecillos aún antes de la llegada de los platos.
Ya acomodados, el primer paso del menú fue una Tian de langostinos y queso de cabra con aderezo trufado, un plato sencillo y de sabores sutiles, con el tian apoyado sobre una tostada crocante de pan negro con frutos secos. Fue presentado junto al Amalaya Blanco de Corte 2014 ($60); un vino perfumado y de refrescante acidez donde el desbordante carácter varietal del Torrontés salteño está bien amortiguado con un pequeño porcentaje de Riesling. Los sabores delicados del plato y el vino blanco se respetaron mutuamente, dando lugar a un buen acuerdo gastronómico.
La cena continuó luego con un cordero en tres texturas, exquisito tríptico de especialidades ovinas, donde destacó la preparación braseada y envuelta en masa philo. Para acompañar este plato de sabores intensos, se sirvió el Amalya Malbec 2013 ($98), sin dudas el tinto emblemático de la bodega. Mostró aromas de frutas pasas, especias y recuerdos terrosos; apoyados en una boca gustosa y de cuerpo medio, con balanceada acidez, taninos moderados y buena persistencia. Un gran acierto en el maridaje, dada la versatilidad del cepaje Malbec para acompañar preparaciones en base a carnes.
El tercer plato fue un contundente y sabroso Lomo de ternera con farce de mollejas y papines a la piamontesa, un contrapunto interesante entre la textura firme de la carne y la cremosidad del relleno, más una guarnición realmente original y exquisita, todo en una generosa porción. Para este plato -como era de esperarse por la presencia de carnes rojas- se ofreció un soberbio Amalaya Corte Único 2012 ($240), un ensamblaje de Malbec y Cabernet Sauvignon fermentados en barricas, que -sin esconder los bríos propios del terruño norteño- ofrece un perfil sumamente elegante y armonioso. Un tinto amplio y complejo, pleno de aromas a frutas maduras, especias dulces y notas minerales combinadas sabiamente con los finos trazos de la crianza en barricas. En boca es un vino voluminoso pero ágil, de sabores nítidos, con equilibrada acidez, taninos aún algo apretados -por su juventud- y una persistencia notable. Un producto que ya está listo para ser disfrutado, pero que seguramente ganará en matices con algo más de estiba en botellas. ¡Para mi gusto, el mejor vino y el mejor plato de la noche!
Cerrando el menú, el postre fue una Tarta de ricota, chocolate y membrillos, una preparación crocante y de dulzura moderada -gracias a la acidez aportada por la ricota-, que sirvió de perfecto colofón para la cena. Se sirvió aquí el Amalaya Blanco Dulce de Corte 2013 ($60), un vino dulce natural extremadamente sencillo, con reminiscencias de pasas de uva y miel. Las sutilezas de dulzor de ambos productos hicieron que la armonía fuera nuevamente muy adecuada.
La charla animada y las bromas siguieron en la sobremesa, acompañadas con café y petit fours. No podían faltar -como siempre- los tradicionales sorteos, para que muchos invitados -donde me incluyo- se fueran además con una botellita bajo el brazo.
Cuando el reloj marcaba casi las dos de la mañana, dejamos el hotel para volver a casa, ordenar los apuntes para armar esta nota e ir a descansar…
¡Hasta el próximo Wine Tour, nos veremos en abril!
(*)Sommelier y docente – [email protected]