La moda del fried chicken se instala de la mano de grandes cadenas internacionales y parece que viene a renovar la comida rápida.
En Argentina, país vacuno por excelencia, en diciembre del año pasado el consumo de pollo y cerdo le ganó a la carne vacuna por primera vez, según informó La Nación. Después de un empate en 2015, 2016 cerró con 64,5 kilos de pollo y cerdo promedio por habitante, de los cuales 48 kilos representó el pollo, y la vaca quedó en 54,8 kilos. El precio, sin duda, es un factor relevante: si se promedian distintos cortes, la vaca cuesta 100 pesos el kilo; el cerdo, 15 pesos menos, y el pollo, entre 35 y 37 pesos en los supermercados.
Pero también hay una tendencia y una moda que llega desde el exterior, aunque las aves sean locales. Lo que McDonald’s es a las hamburguesas, KFC (Kentucky Fried Chicken) es al pollo frito, de hecho, en Ecuador, KFC es más grande que la cadena de los arcos dorados y en China el plan de expansión de la hamburguesería está ideado para robarle mercado a KFC. «Buckets» como bidones de pollo frito son el producto estrella de KFC, que tiene 20.500 sucursales en el mundo (en 2011 en Asia, según Harvard Business Review, abrió un local por día en promedio) y en la Argentina opera desde 2012. En la década del 90 se instaló un único local en Recoleta que fracasó. Hoy hay seis locales en el país; la franquicia pertenece al grupo Degasa, que también tiene la representación de Wendy’s y China Wok en Chile.
«Los consumidores aceptaron muy bien la propuesta. El mercado está saturado de hamburguesas», dice María Fernanda Pieruzzini, gerente de marketing de Wendy’s y KFC del grupo. Los KFC crecen más que Wendy’s, «a doble dígito» según la ejecutiva, de los cuales los de mayor actividad son el del shopping Abasto y el de Carlos Pellegrini y Corrientes. En comparación, McDonald’s tiene más de 200 locales en todo el país.
Un «bucket» de pollo frito, con cuatro acompañamientos y gaseosas, cuesta alrededor de 450 pesos. «El desafío del marketing es darnos a conocer, todavía somos una novedad», señala. Las mesas grandes para compartir y la propuesta de comerlo directamente con la mano implican un cambio de hábito para los argentinos, mientras que en otros países latinoamericanos no encuentran esa barrera.
Chan Chan es uno de los restaurantes de comida peruana más conocidos de la Argentina: abrió sus puertas en 2007 y sus chicharrones picantes de pollo frito tienen un lugar especial en la carta. «Se sirve con una crema de ají amarillo mirasol con un toquecito de picante», dijo Ángel Ubillus García, el chef y uno de sus dueños, que por el éxito que tuvo abrió un local similar a pocas cuadras, Rawa. Cuenta que a futuro le gustaría ofrecer pollo a las brasas, la versión preferida de los trujillanos como él, que requiere una inversión extra en maquinaria de cocina.
Marco Pollo abrió sus puertas en 2016 y ya tiene dos sucursales, en Belgrano y Villa Urquiza. Su dueño, Milton Puences, es colombiano y antes fue dueño de Pollo POP (siglas de «Pata O Pechuga», una marca que vendió a Sushi Pop). «Cuando los argentinos lo prueban les encanta, vienen en búsqueda de la novedad. Mucha gente lo come en su casa, el 60% pide delivery. Por eso uno de nuestros locales no tiene lugar para sentarse», señala, y aclara que por $ 329 se ofrece un pollo con guarnición para cuatro personas.
Otros emprendimientos, aunque más recientes y modestos, ganan fuerza rápidamente: Unas Alitas ofrece como plato único las famosas buffalo chicken wings a domicilio. Beatriz Henríquez y su marido, ambos salvadoreños y publicitarios, comenzaron con este proyecto hace un año y hoy venden 50 kilos de alitas por semana. «Nuestros clientes son un 50% argentinos y el resto de todos los países de América latina. Vendemos alitas fritas con distintas salsas, directamente por WhatsApp o Facebook», comenta la emprendedora.
Fuente: www.webretail.com.ar