Cuál es el mejor vino

(*) Por Roberto Colmenarejo


Con mucha frecuencia me preguntan: ¿Cuál es el mejor vino? Y yo sistemáticamente les respondo lo mismo: el que a uno más le gusta.

En un mundo tan subjetivo y personal como el del vino es imposible poder señalar a un solo producto como el mejor. Los gustos varían notablemente de persona a persona, dependiendo de su edad, sexo, cultura y experiencia previa con otros vinos. Esto hace casi imposible una única elección. Un comerciante norteamericano de vinos llamado William Sokolin afirmaba que el mejor vino es “aquel que se bebe desde el comienzo hasta el final de la botella con una sonrisa en la boca”.

Beber un buen vino es un placer, una celebración, un instante único e irrepetible. Esto hace que también aquellos recuerdos asociados a la bebida -tales como la ocasión o la compañía- sean tan importantes en la evocación.

Una botella de vino no es nada sin la circunstancia que la rodea así que, coincidiendo con el célebre crítico argentino de vinos Miguel Brascó, me animo a afirmar que “no existen vinos, sino momentos con él”. 

Vino con todo
Aún a costa de parecer un empedernido fanático del sublime elixir de Baco, me atrevo a afirmar que toda la gastronomía de nuestro país se acompaña muy bien con vino.

No hay dudas de que un asado, un chivito o cordero a la llama e incluso un folklórico locro “bien pulsudo” van de maravillas con un vino tinto malbec o cabernet sauvignon. Creo que tampoco hay vacilaciones al momento de poner a la par unas empanadas salteñas picantes o un plato de humita con un vino blanco torrontés bien frío.

Sacando estos platos festivos, estoy convencido de que también para la comida diaria el vino puede ser un noble compañero. Así, una pizza napolitana, unos spaghetti bolognesa, un clásico lomito de carne o una simple costeleta a la plancha pueden ser realzados con un vino tinto ligero (elaborado por ejemplo con uvas merlot, sangiovese o bonarda). Si el plato incluyera pescados o mariscos entonces el escolta perfecto será un vino blanco liviano y fresco (elaborado por ejemplo con uvas sauvignon blanc o viognier). 

Si bien estas sugerencias de armonías pueden ser útiles, nada mejor que el propio gusto personal para elegir la unión más placentera entre alimentos y bebidas. Recuerden que el maridaje no es una ciencia exacta, es una actividad lúdica, un interesante juego de  ensayo y error hasta encontrar la sublime combinación que más placer nos brinde.

Vino con soda, ¿por qué no?
Históricamente, el vino con soda fue la bebida obligada en la mesa de los argentinos. El paso de los años y el desarrollo de la industria vitivinícola nacional con la consiguiente mejora de los productos elaborados hizo que esta costumbre se fuera perdiendo e incluso que comenzara a ser “mal vista” por muchos consumidores.

Sin embargo, esta manera de consumir la noble bebida no es solamente patrimonio de nuestro país. En los países europeos de larga tradición productora también el vino se acompaña de agua gasificada. Así tenemos por ejemplo el caso de España, que en época estival consume ingentes cantidades de “tinto de verano” (combinación de vino tinto económico con agua gasificada ligeramente endulzada); o de Alemania y Austria, donde gran parte de su producción vitivinícola se consume a manera de “spritzer” (mezcla en partes iguales de vino blanco y agua con gas).

Si bien reconozco que es un despropósito agregarle soda a un producto de gran calidad, no me molesta hacerlo con un vino más simple y de precio bajo. ¡No tengo vergüenza  en afirmar que en verano algunas veces me tomo un buen “sodeado” para calmar la sed!

Hay que fomentar el consumo moderado de vino, como una bebida saludable y natural. Cada persona elige sin complejos como beberlo, con que acompañarlo y con quienes compartirlo.

El Vino Argentino va bien con todo… A disfrutarlo mucho, ¡pero siempre con medida!

(*)Sommelier y docente – [email protected]

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