¿Qué sabemos de la biotecnología en la alimentación?

Hay pocos alimentos transgénicos que consumamos en forma directa. Quizá sólo algo de maíz (aunque lo parezcan, los tomates no son transgénicos). La mayoría de estos desarrollos biotecnológicos son cultivos industriales. En Argentina se cultivan algodón y maíz transgénicos.

La transgénesis consiste en incluir un gen de una especie en otra. La soja tiene un gen de una bacteria que le permite resistir al glifosato. Pero no es la única forma de mejorar plantas y animales y de hacer biotecnología.

La selección y el cruzamiento natural es el modo más ancestral de hacer biotecnología. Todas las especies domésticas actuales se lograron de esta forma. Miles de años atrás, el maíz era apenas un yuyo. La mano del hombre es la que logró que esa planta produjera unas mazorcas de hasta 30 centímetros.

Cebollas. Ahora, Bayer logró desarrollar cebollas que no nos hacen llorar, gracias a esta técnica natural. Fue luego de varias cruzas durante tres décadas. La nueva variedad no produce las sustancias responsables del efecto lacrimógeno. Pero en el camino, las “sunions” –tal su nombre– perdieron sabor. Los expertos gastronómicos dicen que son demasiado suaves.

Manzanas. Las manzanas se oscurecen cuando, al cortarlas, se mezclan dos componentes. Mediante ingeniería genética, la empresa Artic logró anular la producción de uno de esos componentes. Simplemente silenciaron el gen que promueve la producción de polifenol oxidasa. Artic ya está autorizada a vender sus manzanas en EE.UU. Aquí tampoco hay transgénesis. Sólo se apagan genes propios para evitar que sinteticen una sustancia indeseada.

Trigo. Investigadores españoles desarrollaron un trigo sin gluten, la sustancia responsable de la celiaquía. Las gliadinas son unas 60 proteínas precursoras del gluten. Tres grupos de genes son responsables de que la planta produzca estas proteínas. Los investigadores lograron silenciarlos. La calidad de la harina de este trigo sin gluten es prácticamente la misma, dicen los investigadores. Pero tardará en llegar a las góndolas.

Queso. El año pasado, Argentina aprobó un transgénico nacional: cártamo. Es una planta de la familia del cardo, que fue usada para extraer colorante y también aceite vegetal de sus semillas. Pero el desarrollo argentino va más allá. El transgen que tiene es de vaca y le permite sintetizar quimosina. Esta sustancia es un ingrediente para cuajar el queso. La empresa rosarina Indear, responsable del desarrollo, ya inauguró una planta para extraer la enzima bovina de la planta. Entonces es probable que en los próximos meses usted coma queso que fue coagulado con una enzima de vaca que se formó en una planta.

Vacas. La empresa Aggenetics está desarrollando vacas de la raza Angus de color blanco. Estos animales son naturalmente negros o cobrizos y pueden producir el doble de carne que cualquier otra raza con la misma cantidad de alimento. Pero no están adaptadas a climas tropicales. Un pelaje más claro (que refleje los rayos del sol) les ayudaría a adaptarse a estas regiones. La técnica empleada es la edición genética, pero el proyecto aún está lejos de llegar al mercado.

Salmones. El año pasado, la empresa estadounidense AquaBounty logró la primera venta de su salmón genéticamente modificado: unas 4,5 toneladas a Canadá. El pescado es una variedad de salmón del Atlántico y está diseñado para crecer más rápido que el natural. De esta forma, alcanza el tamaño ideal para su faena en la mitad del tiempo: 18 meses. Los científicos incorporaron el gen de la hormona de crecimiento del salmón real y elementos de regulación genética de una tercera especie, Zoarces americanus. Aquí sí hay transgénesis.

La pregunta más intrigante que surge es: ¿Usted comería estas cebollas, manzanas, vacas y salmones?

Fuente: www.lavoz.com.ar

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