Por Alejandro Maglione (*)
El personaje
Conocí a Diego Fenoglio en San Carlos de Bariloche cuando ambos éramos mucho más jóvenes. Su apellido era sinónimo de chocolate barilochense. Pero al mismo tiempo él y su hermana Laura aparecían mencionados en Bariloche cada vez que se anunciaban los ganadores de los campeonatos locales de ski. O bien caminando la vida, negociábamos él por los comerciantes locales y yo por mi tarjeta de crédito. Siempre fue un tipo más bien duro hablando de negocios, y recuerdo la particularidad de que mientras sus colegas andaban vestidos de manera más bien formal, él era un hombre que se presentaba en vaqueros y modernas zapatillas.
El hombre con el que me encontré unos 30 años después conserva la energía de un hacedor; un cuerpo de deportista -luego me enteraría que venía de hacer 1200 Km. en bicicleta con Laura, su hermana, bordeando el río Danubio. Me aclara que las bicicletas eran de un modelo especial que se llama «e-bike» que viene con una batería eléctrica que «ayuda a un pedaleo amable» (como lo miré con cara de «así cualquiera», me explicó que la bicicleta no se mueve sino se pedalea.).
Infancia de chocolate
Su padre Aldo, un turinés con experiencia en repostería y chocolatería, se casa con Inés Secco, su madre, cuando ésta se presenta a pedirle trabajo venida del Véneto. Era la durísima posguerra europea e Inés recuerda que la primera reacción del padre fue despacharla diciendo que no había trabajo. Luego parece que el ojo atento de Aldo reconsideró el asunto y le pidió que se quedara. Así se quedó a su lado por el resto de su vida.
Estos padres que vinieron a probar suerte a la Argentina en 1947, cuando Aldo tenía 35 años, no dejaron de ser constantemente mencionados por Diego durante la charla. El viaje tuvo dos paradas: Rosario y Mendoza, y ninguno de los dos lugares los enamoró. Finalmente eligieron Bariloche para siempre.
Del padre uno de los recuerdos más cálidos que conserva es de los fines de semana, cuando salía del colegio Cardenal Cagliero, donde estuvo pupilo durante 6 años, lo llevaba a cazar. Tanto cazaron que gracias a los disparos, terminó con un zumbido permanente en sus oídos que lo acompaña hasta el día de hoy.
Hablando de sus visitas a la estancia Huemul a través de su contacto con Susana Ortiz Basualdo, sus recuerdos sobre lugar son de haberse sorprendido siempre con algo que encontraba en un galpón. En una oportunidad, descubrió un objeto rarísimo que era un cuenta de kilómetros para rueda de carro de caballos.
Pero su madre, de quien reconoce que es una gran cocinera «pero de salado», sigue ocupando un lugar enorme en su charla. Le encanta visitarla casi diariamente, porque advierte la alegría que le genera el verlo. La señora que la cuida cuando lo ve llegar le avisa a la madre: «Ahí llegó su vitamina.».
Historia de chocolate
Los padres instalan un lugar inolvidable para los barilochenses viejos, que era la confitería y restaurante «Tronador», donde para las fiestas se vendía un extraordinario paneforte y habitualmente chocolates. Poco a poco la venta de estos productos fue creciendo, hasta pasar a ser el negocio principal. Por entonces alguien le avisa a don Aldo que estaban tratando de registrar la marca «Fenoglio», el padre madruga al usurpador, registra su apellido y de inmediato llama así a su comercio, a la par que incorpora la venta de helados. Corrían los años ’60.
Cuando Diego tenía 20 años y se encontraba estudiando en Bahía Blanca, su padre muere repentinamente, y él pasa a hacerse cargo de la gestión del negocio junto con su hermana Laura. Estamos en el año ’70.
En los años ’90 termina vendiendo su parte de la empresa a la madre y la hermana, porque su concepto del negocio se había modificado sustancialmente. Comenzaba a nacer «Rapa Nui«. Dice que hasta hoy no paran de preguntarle por el nombre y la razón que esgrime es bien simple: «Era el nombre de la casa en que viví a mis 20 años, un lugar lleno de buenos recuerdos». Además, es un ferviente convencido de que «la marca es el producto» y el tiempo parece haberle dado la razón.
De la adversidad a la oportunidad
Pareciera que su familia está signada por la adversidad, que sin duda Diego la ha transformado en oportunidad. En este caso, la catástrofe que significó para el turismo las cenizas que cayeron del volcán Puyehue, hicieron que con sus hijos y socios, Leticia (37) y Aldo (36), vieron que si no se movían ellos también terminaban tapados por las cenizas: de once aviones diarios que llegaban al aeropuerto de Bariloche, pasaron a recibir 8 en 3 meses. No lo dudaron y alquilaron el primer lugar en Buenos Aires para el desembarco de Rapa Nui. Con rapidez los lugares se multiplicaron. Creo que son un ejemplo de manejo empresario porque entendieron aquello de «cuando tu entorno de negocios cambia, si no cambias tu negocio, acabas de tomar el camino de salida».
Hoy
De su segundo matrimonio nació otro hijo, Julián (18) que por ahora se dedica a estudiar. La planta de elaboración de todos los productos, que manejan sus hijos, está en Bariloche, por lo que desde hace 8 años viaja todos los meses hacia allá como parte de la rutina. Diego reconoce que con 25 fábricas de chocolate en Bariloche, la ventaja competitiva está en la calidad y el ingenio. Como su padre, sigue apostando mayoritariamente al cacao brasilero, del que no escuché hablar tan bien a otros amigos chocolateros más inclinados por los excelentes ecuatorianos o venezolanos.
Le encanta visitar de madrugada el Mercado Central y ocuparse de la compra de las frutas que utilizará para hacer las pulpas que van a Bariloche a transformarse en helados. Una curiosa costumbre como la de ir a remar al Tigre con frecuencia.
Por todos lados vi mucha creatividad en los productos que ofrecen y en el packaging. Le pregunto quienes deciden sobre nuevos gustos o productos, y es terminante: «sobre chocolates decido yo solo. En los helados opinamos juntos con Aldo».
Incansable, armaron un documental con la gente de la cerveza artesanal Berlina, siempre en Bariloche. La historia termina con los cerveceros haciendo una cerveza con helado, y él haciendo un helado de cerveza.
Resistencia final
Los locales, al menos el de la calle Uruguay, abren a las 11 de la mañana «porque no nos queremos transformar en una cafetería.» (a pesar de que se puede tomar un rico café, si se desea). «Aquí no se sirve nada salado.». A duras penas admite que está reflexionando seriamente en incorporar una línea de sándwiches tostados. Personalmente, me haría adicto del lugar y del patio soleado que tiene en el fondo del local que visité, si hubiera esta posibilidad.
Ah, lo último que me contó es que no está delirando Martín Carrera cuando habla de helados «fríos» y «calientes». El helado es «frío» cuanto más alto es su tener graso, porque impacta en la boca con sensación de más baja temperatura. Todos los días se aprende algo.
Redondeando
Sin duda que a pesar de los vaivenes, la familia Fenoglio es sinónimo de Bariloche + chocolate y de helados sorprendentes. Aunque Inés viva en Buenos Aires, sus nietos y bisnietos viven y crecen en Bariloche. Y Diego debe de sentir que ha cumplido con Aldo, su padre, cuando ve a sus hijos continuando con una historia de familia, pero muy mejorada.
(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @MaglioneSibaris
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