Carta abierta al Sr. Intendente de Córdoba

Por Gabriel Reusa (*)

CARTA ABIERTA A LA INDIFERENCIA

Dante Alighieri, en el tercer canto de la Divina Comedia, le pregunta a Virgilio, su guía hacia el Infierno, «¿Quién es esa gente que gime y grita con tanto dolor?”, y éste le responde: «Son aquellos que sin hacer el bien ni el mal, todo lo pusieron a su comodidad y solo dieron a Dios, indiferencia; pasa de largo, el olvido es su destino”.

La indiferencia nos convierte en seres invisibles, nos lleva a un limbo de vacío y sufrimiento donde todos pasan a través nuestro como si fuéramos un ente sin forma, sin emociones, sin necesidades, sin atención ni respeto. Nadie dudaría en afirmar que lo opuesto a vivir no es morir, sino ser olvidado.

José, colega y vecino gastronómico escribió en estos días, algo conmovedor: “Hoy mi madre está sola, no la visita nadie, es de riesgo, su angustia la destruye; no puedo verla el domingo, no está permitido, tampoco puedo verla esta noche, está prohibido. Ella no entiende que la estoy cuidando, ella siente que la estoy matando”.

Hace unos meses, aún no estaba el virus entre nosotros, solo nos azotaba la crisis, bah… la otra crisis, la que ya existía antes, y leíamos las noticias de los restaurantes que cerraban. Los más viejos primero, El Rancho, Bettini; “por no aggiornarse”, justificábamos al unísono; luego vino el SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) y se llevó a Pirola, La Mamma, y comenzamos a ver que nuevos locales cerraban para siempre, pero nadie hizo nada.

Alguna nota en algún medio con título catastrófico y luego, el olvido. Después de los meses de encierro algunos pudimos volver, con limitaciones pero volvimos. Los fuegos se encendieron, tomamos personal, recibimos clientes, compramos insumos; con mucho esfuerzo, casi todos los engranajes volvieron a funcionar, nuestras mesas se volvieron a ocupar. Y de repente, tenemos que volver a cerrar. No sé cuántos volverán. “Es un tema de camas”, responden los que responden; el resto solo guarda silencio, en su comodidad.   

Nuestras mesas vuelven a estar vacías, nuestros fuegos apagados. En esas mesas ya no nacen amores, ni se escriben poemas, ni se componen canciones; no se gestan empresas, ni se ríe, ni se llora, ni se sueña. Dicen que nos están cuidando, sentimos que nos están matando.

Diez años atrás, un joven político que como yo,  venía del interior de la provincia, en una de esas mesas, soñó y brindó por un futuro que se cumplió. Hoy el futuro de todas esas mesas, merecen algo más que indiferencia.  

(Gracias José Lutri)

(*) Cocinero y Propietario de Goulu

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