Zuccardi: la familia Ingalls

Por Alejandro Maglione (*)

Mendoza siempre es una fiesta

Es imposible ir a Mendoza por 2 o 3 días y no volver al borde de la extenuación. La hospitalidad mendocina no da descanso, y se va pasando de una actividad a otra; de una mano a otra; y de un camioneta a un automóvil sin solución de continuidad. Las cenas son pantagruélicas, así que se llega al hotel, como dicen los chilindrines, algo «fisurado», lleno de nuevos conocimientos, experiencias, la panza llena, el corazón contento, y a mi edad: con los pies hinchados..

Apenas aterrizado

Tomar un vuelo para el que hubo que levantarse a las 4 de la mañana, le desdibuja la sonrisa a cualquiera, pero, si en el Aeroparque hay un encuentro cercano con la colega María De Michelis, para compartir las jornadas mendocinas por venir, ahí la cosa cambia totalmente. María es una encantadora compañera de viaje: se pone un antifaz, hace ¡crac!, y se queda dormida al instante. Así que cuando la azafata vino con el alfajorcito tamaño medalla que se sirve ahora, hubo que esperar a cuando la bella durmiente despertara, pero ¡glup! me lo embuché sin demora antes que María despierte. Dos alfajorcitos no hace uno de los de antes, pero ¡es mejor que uno solito!

La cosa es que bajando la escalerilla del avión, con un fresquete en la pista que ni le cuento, conecto el celular y ya estaba llamando Sebastián Alén Guichón, que había armado parte del viaje y se tuvo que quedar en Buenos Aires, para hacer de anfitrión de otra movida que la Familia tenía programada para otro grupo de nobles comunicadores. Sebastián de inmediato se interesó sobre la calidad del vuelo; y me consultó si había podido despertar a la De Michelis, a lo que respondí de inmediato que la querida colega ya estaba con sus alas desplegadas pronta a beberse toda Mendoza.

Primera Jornada

Fue pisar el hotel que ya estaba la primera Ingalls-Zuccardi, esperando. En este caso Julia, con el Gerente de Marketing de la parte hospitalidad y restaurantes, don Juan Ignacio Mono Guzmán. Ambos encantadores. Marido y mujer, con Julia a punto de tener su bebé. ¿Entiende a lo que me refiero con lo de familia?

De inmediato partimos para el Valle de Uco, siempre sosteniendo una charla como si estuviéramos con amigos de toda la vida. Primera parada fue en la finca Piedra Infinita, donde quedamos positivamente impactados con la construcción, a punto de terminarse, de la nueva bodega que la Familia está aprontándose a inaugurar en algunas semanas más. ¿A quién vimos en la terraza del edificio de más de 8.000 metros cuadrados? Al pater familias, José Pepe Zuccardi, que en la empresa es identificado como «José Alberto». Julia no pregunta: «¿viste a papá?» Sino: «¿viste a José Alberto?»

Allá, arriba de todo, con casco de constructor en la cabeza, Pepe, esquivaba volquetes que las grúas llevaban y traían de un lado a otro, en medio de un trabajo febril, que no permitía ni un segundo de distracción. De pronto, ¡zas!, José Alberto aparece a nuestro lado (yo miraba hacia la altura de la terraza y me preguntaba si había volado para llegar a nuestro lado), nos abraza como él abraza a la gente que quiere: fuerte y francamente, y a recorrer la obra. Durante la caminata entre hierros y tablones nos dice: «esto es el sueño de Sebastián, y yo estoy para ayudar a que mis hijos desarrollen sus proyectos, como mi viejo hizo conmigo».

De pronto se detiene, nos dice: «los dejo con Laurita Principiano, responsable de esta bodega; me voy y los veo mañana». Y nuevamente, se esfuma de nuestra vista con apariciones y desapariciones, dignas de David Copperfield. Pero antes le recuerda a alguien por teléfono: «nos juntamos a las 3». Los Zuccardi siempre lucen ocupados, con agendas recargadas. Se percibe que la siesta no tiene lugar en la vida de ellos, si no hay una reunión de trabajo, se programa una de capacitación, para la que viajan algunos de los gerentes asentados en Buenos Aires.

Huevos de cemento para fermentaciones

Laura nos mostró toda la tecnología que están poniendo en el empeño, la aparición de los tanques con forma de huevo, y volví a rendirle homenaje al Barón Bertrand de Ladoucette, que mucho tiempo atrás, en la bodega Terrazas, había empezado a ensayar la fermentación en este formato. Murió muy pronto, y quienes lo sucedieron pensaron que estaba loco, y se deshicieron de los huevos de cemento, que semejaban haber sido traídos de la película Cocoon.

Probamos vinos maravillosos, en un ambiente ídem, escuchando a Laurita que, con buen tino, nos evitó la enésima explicación de la fermentación maloláctica, que enamora a los expertos dársela a desprevenidos turistas, que parten más confundidos que cuando llegaron (y me imagino que ellos se quedan divertidos con esa desorientación).

El Cielo

Fue el lugar elegido por el matrimonio Guzmán Zuccardi para que fuéramos a almorzar en la localidad cercana de San Carlos. Años que no comía una comida casera tan rica, abundante y bien preparada, y regada con canilla libre de vinos deliciosos. Un bodegón típico de pueblo chico, donde cada uno que entraba, saludaba a todos los parroquianos, que por supuesto eran sus amigos o conocidos. Los mozos amables, cálidos, preocupados por satisfacer los deseos de los clientes.  

Baño de chocolate

Regresamos al hotel ya atardeciendo, con poco tiempo para una ducha, algo de descanso, y encarar la cena que presidía Ana Amitrano, mamá Ingalls, que consistía en un menú de pe a pa utilizando chocolate, elaborado por las manos maestras del chef Daniel Uría, y por el hospitalario dueño de casa, Alejandro Escudero, chef a cargo de la cocina y otros menesteres en el hotel Hyatt Mendoza. Todo terminó con los periodistas viajeros, casi reptando rumbo a sus habitaciones, a juntar fuerzas para el día siguiente.

El día siguiente

Repuestos del sacondoleo del día anterior, partimos calmamente, conducidos por Ana a visitar la parte de Almazara Aceites, donde nos esperaba Miguel Zuccardi, otro de los miembros de la familia, que como sus hermanos, es de una juventud envidiable. Todos los «chicos», explican la parte de la gestión que les toca, con idéntica seriedad. En el caso de Miguel, si se le pregunta si está experimentando con alguna variedad de oliva fuera de las que son habituales en la provincia y más conocidas -lo normal es que se hable de unas 14/15 variedades- contesta sencillito: «más o menos hemos plantado unas 60 para ver como vienen en la zona».

Los jóvenes Zuccardi, cada uno en lo suyo, no paran de investigar. Tienen la edad ideal para trabajar a largo plazo. Y explican lo que hacen en voz baja y con un entusiasmo contagioso. Miguel nos mete entre los olivos, revolvemos la tierra, miramos el lombricario donde producen su propio humus de lombriz, con lo cual procesan la basura orgánica que generan, y salen del mitológico guano de chivo, que mantiene atrapados a los productores tradicionales que lo usan sin pensar como fertilizante natural.

Estar con Miguel es degustar aceites. Solo que con él y su equipo, los aceites que se prueban son un descubrimiento constante. En un golpe de atrevimiento nos cuenta que se va a ir de vacaciones. ¿El lugar elegido? «Andalucía, quiero ir a ver que andan haciendo los españoles con su aceite». No tiene paz.

Asoleados y algo terrosos hicimos una parada en la Casa del Visitante, un lugar encantador, donde los Zuccardi inauguraron el hábito de la hospitalidad con quienes los visitan. Allí nos esperaban unas empanadas memorables, y tuvimos el paso fugaz de Pepe Zucardi que sobrevoló la reunión, y siempre misterioso, en un golpe de vista, volvió a desaparecer. Estando pipones, Ana anunció el traslado al casi flamante Pan & Oliva, restaurante que han abierto no hace mucho, con huerta propia y con el aceite de oliva como protagonista principal.

Terminar la visita con una larga sobremesa, que se extendió a unos comodísimos sillones ubicados al sol omnipresente de Mendoza, fue un regalo para el alma. Y ver a Ana relajada me pareció una escena imposible. Encima como con María integran una dupla muy pensante, las charlas suelen bucear en la profundidad de las cosas. Un placer.

Conclusión

Los Zuccardi son una máquina de trabajar e innovar. Si fuera su competidor, realmente les tendría miedo. Lo sucedido desde que al abuelo Tito se le ocurrió venir de Tucumán con sus caños de cemento para riego, a las 25 millones de botellas de vino que embotellan al día de hoy, queda claro que nadie les regaló nada. Y de Pepe y sobre el chismoseo que corre por Mendoza, diría como Oscar Wilde: «No tiene enemigos, pero le cae muy mal a sus amigos».  

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @MaglioneSibaris

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