Valle de Uco: turismo enogastronómico

Por Alejandro Maglione (*)

El punto

Sin duda que no fue el Valle de Uco el pionero en esta actividad, y menos en Mendoza. Al fin y al cabo el suceso de esta región, que se ha puesto totalmente de moda en todos los sentidos, tiene un par de lustros de antigüedad. En más de una oportunidad he recordado que el Barón Bertrand de Ladoucette, el famoso Barón B, explicó en una nota de puño y letra que la ventaja de la inhóspita locación donde se instaló la bodega de Chandon en 1960, era que se acercaba hacia la zona que sería el futuro de la viticultura de Mendoza, y habló de Tunuyán. Ahora bien, no obstante no haber sido la región pionera, en lo personal pienso que es la que mejor ha tratado de estandarizar el brindar servicios que podemos consignar como de 5 estrellas.

Hay varios lugares para visitar, y en su mayoría existe una tendencia bien marcada a procurar el turismo de alta gama. Me explicaron que nadie se puso de acuerdo. No hay asociación regional que nuclee a los propietarios de los emprendimientos. Se dio así, y resultó todo un éxito. (Quizás sea el momento de hacer la asociación y coordinar acciones que potencien el negocio de todos).

Casa de Uco

Fue el lugar de mi base de operaciones. Por motivos profesionales había estado donde hoy se construyó este complejo, resultado del esfuerzo de la familia Tonconogy, particularmente de Alberto, el arquitecto, y su hijo Juan. Era la nada misma. Pero, cuando digo nada, es nada. Y hoy llegar del aeropuerto, amablemente conducido por un señor Roque Quiroga en su auto flamante, y enfrentar el portón de entrada, con correcto guardia -los guardias no suelen ser amables, y tienen alguna falla de eficiencia cuando deben anunciar una visita- que este caso rápidamente franqueó el paso.

Me sucedió un par de veces en este viaje, llegar al lugar y que los anfitriones estuvieran en la puerta esperando. Esperar a la intemperie, cerca del mediodía mendocino, en el mes de enero, es realmente un sacrificio. Pero allí estaban los sufridos miembros del comité de recepción. En la retaguardia aguardaba Martín Torres, una suerte de maître y mayordomo del lugar, con una bandeja donde había una copa generosa, de un jugo helado de membrillo y manzana. Una experiencia imborrable. Todos los funcionarios estaban impecablemente vestidos por La Martina, con tiradores de cuero incluidos. Una paquetería.

Ubicado en una suite fabulosa, con vista a las lagunas -repletas de ranas cantoras-, los viñedos y el Cordón de Plata, daba ganas de no salir de ella por un rato. Pero aguardaba el almuerzo, con unos comensales jóvenes y divertidos: Alejandra Berman -gerente comercial-, Martín Heinze -gerente financiero-, Alexia Viaux -decoradora- y Santiago Chiappe -comercializador del negocio inmobiliario-. De paso le cuento que las habitaciones son 16, de las cuales, en su mayoría son suites. Para atender ese puñado de pasajeros, el lugar cuenta con 29 funcionarios, que cada vez que me los cruzaba, preguntaban lo mismo: «¿cómo lo está pasando? ¿Precisa algo?»

Las comidas estuvieron a cargo del chef Pablo Ruso Torres, que se maneja con un menú corto, casi totalmente de productos regionales (siempre aparece un camarón donde nadie lo llamó, pero a los cocineros argentinos hay que atarles las manos para que no metan camarones por todos lados, sino, pareciera que no sienten estar haciendo alta cocina). Además, el Ruso cultiva su propia huerta, algo maravilloso. Todo lo que comí en ese par de días fue extraordinario. Memorable una bisteca, servida en tabla, que tendría, calculo, unos 600 gramos.

Merodeo

Esto de los platos abundantes me mereció un comentario crítico, porque experimenté la misma impresión cuando visité 7 Fuegos, el restaurante de Francis Mallmann ubicado en The Vines, el resort casi justo enfrente a Casa de Uco: sirven porciones TAN generosas, que se acercan peligrosamente a lo grosero. Mi generación fue educada en que no se debe dejar comida en el plato, y esto es bueno que los cocineros lo tengan en cuenta. O bien, quien tome la orden, debe advertir claramente que se trata un plato que es menester compartirlo.

Retomando

Casa de Uco tiene la particularidad de que todos los ventanales son enormes, de piso a techo, así que las vistas son una parte fundamental en el bienestar que se experimenta al sentarse en la mesa. Como acotación, es interesante la historia de el Ruso, que jamás soñó con ser cocinero, por el contrario, cuando decidió serlo, era un estudiante aventajado de Derecho, y trabajaba en un importante estudio jurídico mendocino. Ni él puede creer en lo que terminó siendo.

Vino de Michelini

Si bien el personal que se ocupa es mayoritariamente de Tunuyán -algo que se nota por la hospitalidad natural que tienen- hay casos curiosos como el del sommelier, Juan Pablo Nieva, oriundo de Comodoro Rivadavia, que luego de terminar su colegio secundario en Polonia, gracias a una beca de intercambio, pasó por el restaurante de Martín Berasategui en San Sebastián; luego anduvo espiando cosas en Sudáfrica; y un día resolvió que lo suyo era el vino y estudió para volverse sommelier profesional.

Él nos recomendó el vino Otra Piel, una creación de Gerardo Michelini y de su mujer Andrea Mufatto. Este tinto, un corte de Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc, más algo de Pinot Noir, fue sumamente amable en la nariz, y en boca tuve la impresión de enfrentarme a algo totalmente inédito. Un vino diferente a todo, y que seguramente está dando que hablar. Posiblemente a los paladares negros añejos nos resulte demasiado raro; para los jóvenes debe ser una excelente muestra de que hay que empezar a cambiar muchos de los paradigmas algo estáticos de nuestros enólogos. El debate, sospecho, recién comienza, y mi encuesta sobre el grado de aceptación, está lanzada.

El día siguiente

Los muchachos de Casa de Uco son generosos organizan recorridos por varias de las bodegas vecinas. Esto sumado a que tienen caballos y bicicletas para uso de sus huéspedes. El recorrido de bodegas comenzó por ir a Clos de los Siete, en un horario «normal». Esto quiere decir, que siendo que el desayuno se sirve hasta las 12 del mediodía, no hay que andar poniendo despertadores para evitar quedarse sin tomar la leche a la mañana (¿algún día alguien me explicará por qué la mayor parte de los hoteles sirven desayuno hasta las 10?).

Esto del desayuno tardío viene a cuento, porque por un lado estuve trabajando en un libro que se publicará antes de marzo, y cuando me iba a dormir, me asomé al balcón y quedé enamorado del croar de las ranas, de la noche diáfana y templada, y de un relampaguear de una tormenta que se formaba en el horizonte. Allí me instalé en unos de sillones que decoran ese lugar a la intemperie y me quedé un rato larguísimo disfrutando del momento. En mi mesa luz me esperaba, para antes de dormir, un bombón delicioso, colocado en una mini quesera de acrílico. Detalles y más detalles.

La visita de Clos comenzó por ponernos en las manos Pablo Molinengo, responsable del turismo y la hospitalidad del emprendimiento. Hablo en plural, porque fueron de la partida tanto el Ruso Torres como Juan Pablo Nieva. Sin perder tiempo, Pablo nos explicó que hoy las bodegas que trabajan en conjunto son 4: Monte Viejo, Cuvelier Los Andes, Diamandes y Rolland.

Fue una maratón recorriendo y admirando todas las bodegas, cada una con su personalidad, pero todas con arquitecturas imponentes, hasta que nos detuvimos en Monte Viejo para hacer una cata de 6 vinos, en compañía de un negociante holandés, Alexander van der Linden, acompañado de su esposa. Entre copa y copa, Molinengo nos explicó que allí también se estaba abriendo un restaurante para el mes de mayo próximo, y que estará a cargo de la cocinera local Victoria Silva. (Aclaración: todos estos restaurantes están abiertos a todo público).

The Vines

Apenas se entra en este complejo, no hace falta preguntarle a Pablo Giménez Riili -cuya tarjeta dice ‘co fundador’- cuál fue la inversión realizada, porque salta a primera vista que ha sido enorme.

Por la hora, fuimos directamente a 7 Fuegos, donde hizo de anfitrión el propio Giménez Riili, y el sous chef de la casa, Matías Mansilla, en ausencia por vacaciones, del chef Diego Irrera. La atención estuvo a cargo de un mozo de nombre Nicolás, que a pesar de su juventud, mostró una cuidada idoneidad para servir una mesa que lucía ‘complicada’.

Toda la decoración es también espectacular, matizada con un ir venir de jóvenes ataviados como expedicionarios en el África, y que se identifican con la curiosa denominación de ‘gauchos’. Todo me lució muy Mallmann, dicho con respeto, pero impecable.

Como dije, la comida rica, pero en unas porciones interminables. De paso, recorrimos el lugar donde están instalados los 7 fuegos, en el que se sirven comidas especialmente para grupos a partir de 12 personas. Ardían fuegos por todos lados, a pesar de que lo que estaba previsto era una cena. Hombre amante de la naturaleza al fin, fruncí el ceño cuando escuché que para hacer esa comida, se terminarían quemando 600 kilos de leña. Confieso que no me gustó tanto. Imagino que para el turista extranjero y nacional, todo ese show debe resultarle inolvidable.

Redondeando

El Valle de Uco siendo ya famoso por los vinos que se obtienen de sus diferentes terroirs, creo que está dando que hablar por la hotelería que propone, con costos mucho más accesibles de lo que uno pensaría, precios razonables que se reflejan también en sus menús. Todo, absolutamente todo, me hizo sentir que aquí también, estamos ofreciendo unas propuestas turísticas que nada tienen que envidiar a la de los lugares más sofisticados del mundo. Sí, es como para agrandarse sabiéndose respaldado por una realidad palpable. Una de Borges: «Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes».

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @MaglioneSibaris 

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