La nota de esta semana viene con un plus de carga emotiva. Sonará extraño relacionar un vino a una persona amada, pero dadas las circunstancias y casualidades con las que actúa el Universo, casi siempre me sucede así. Lejos de minimizar la situación, en mi caso este vino llegó en un momento de profundo dolor, confusión y cientos de preguntas sin respuestas.
Tampoco las encontré al descorchar la botella pero sí me ayudó, nuevamente, a confirmar que las estrellas nos guían y que en ellas viven quienes nos dejan en este plano. “Somos polvo de estrellas” dijo aquella vez Carl Sagan, y cuánta razón tuvo.
Sé que tambien esta columna tendrá momentos de tecnicismos, análisis de cata y un poco de historia de la bodega en particular, pero todo lleva a lo que quiero expresar. Ya lo decía Julio: “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.
Sin mucho más preámbulos y porque las palabras se me escapan, ya mismo pasamos a la bodega, a este vinito en particular y todo lo que se apoderó de mí al momento de conocerlo. Eso me gusta de ellos, no solo tienen una historia por detrás, sino que generan infinitas nuevas memorias en cada uno de nosotros.
Bodega Lagarde
Otra vez le tocó a Bodega Lagarde. Es que tuve suerte, pude conocer a personas maravillosas trabajando allí con amor y admiración por la vid, que no dudan en compartir conmigo sus novedades, sus clásicos de siempre, sus secretos y encima, lo hacen con mucho cariño.
Refresh rápido: ubicada en Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, fue fundada en 1897 y adquirida por la familia Pescarmona en 1969. Imprimiendo su sello personal en cada vino, desde principios de los años 80 se dedicaron a profundizar desde la innovación, en la calidad y el estilo de sus vinos. Fueron de los primeros productores en plantar cepas no tradicionales en estos suelos, como el Viognier o el Moscato Blanco.
Hoy, la bodega es liderada por la tercera generación de la familia Pescarmona en manos de las jóvenes Sofía y Lucila, quienes piensan el proyecto como un balance perfecto entre pasado y presente. A su lado, cuentan con la magia y la pasión del enólogo Juan Roby quien, con todo el equipo de Lagarde, hacen de esto un compromiso con el vino, su tierra y su gente.
También les adelanté en notas pasadas que habría novedades, y acá están.
La nueva línea de entrada de la bodega, está compuesta por dos vinos tintos de corte: Teia Malbec – Petit Verdot 2020 y Teia Cabernet Sauvignon – Cabernet Franc 2020.
Voy a hacer hincapié en el primero, que me encantó. Al porqué de su nombre, llegaremos en un par de párrafos.
Las uvas, que provienen de Agrelo y Perdriel (microrregiones de Luján de Cuyo), son cosechadas de forma manual y además son co-fermentados (las variedades fermentan juntas, respetando y nutriéndose entre ellas) y realizan la fermentación en tanques de acero (permitiendo que las propiedades organolépticas del vino se mantengan tal y como son, sin máscaras).
“Nuestros vinos están cada vez más vinculados a la naturaleza y sus frutos. Con Teia quisimos seguir experimentando con las posibilidades que nos brindan los blends, que cada vez nos gustan más por su sofisticación y elegancia. Son vinos con los que podemos innovar y seguir creando sensaciones diferentes” explicó Sofía Pescarmona.
Este corte se caracteriza por ser muy frutado, fresco y súper tomable, pero al mismo tiempo tiene mucha personalidad y es bien redondito. Soy muy hincha de este estilo de vinos, así que lo disfruté el doble.
Manos a la obra… o mejor dicho: ¡sentidos a la obra!
¿Que me encontré cuando esta lindura llegó a mi copa? En vista es limpio, color rojo rubí con destellos azulados y violetas, brillante e intenso. De viva nariz, presenta notas a frutas rojas y negras maduras, ciruelas y frutos rojos en compota. Su paso en boca es explosivo, prolijo y jugoso. Es un vino que tomaría de día o de noche, al solcito o en el sillón escuchando mi disco favorito, es un vino que como llegó, me despertó muchas emociones. Es un vino con el cual brindo por las estrellas y quienes nos cuidan desde ellas.
La parte que más me gustó de la historia de estos vinos, es su nombre. Es que Basilio, el hijo de Sofía, les decía “Teia” a las estrellas cuando las saludaba por la noche en el viñedo. Esas mismas son nuestras progenitoras. Nuestros huesos, nuestra sangre, las manos que intervienen en un nuevo vino, el oxígeno que respiramos… todo está conectado. Así como las que guiaban a nuestros antepasados, así como las que nos guían hoy. Si estamos hechos de ellas, entonces volveremos a ser parte de ellas algún día. Me gusta pensar así.
Dedicada a mi Tío Bocha, que se hizo eterno y es la estrella que me guía.
Te amo y extraño, padrino.