Por Valentina Livolsi (*)
Nada me hace sentir tan bien como ser valorada por mi trabajo. Para mí, escribir es un trabajo, poder comunicar(me) el vino y hacerlo de una manera en la que me siento cómoda y fluye, no tiene precio. Empezar con esto fue a causa (y gracias a) el empuje de colegas, de amigos y familia que insistieron en que me animara y fuese yo misma al hacerlo.
Está un poquito oxidada, pero la frase en la que te incitan a que hagas lo que ames para trabajar y así “no trabajar” ni un día de tu vida, es real. Para mí, escribir (y no solo de vinos) es un disfrute, un cable a tierra y una forma de que vean a través de mis palabras. Que sientan, que palpen, que descubran.
Para mí, escribir es eso: sentir con las palabras. Sensaciones y sentimientos. Aromas y sabores. Colores y texturas.
¿Qué quiero decir con toda esta confluencia de cuestiones? Escribir me llevó a personas increíbles, lugares fantásticos y situaciones que no tenía en mis planes. Como por ejemplo, una histórica bodega mendocina me contactó porque mis notas allá gustaban mucho (CÓMO LLEGARON A MENDOZA NI IDEA, PERO ENHORABUENA) y querían que pruebe sus productos, conozca los nuevos y si me parecía, redacte sobre ellos. Llegaron los vinos y con ellos días de análisis, de descubrimientos y de momentos para compartir. Hasta me llevé unos cuantos para las vacaciones; el vino como compañero de ruta siempre.
¿De qué bodega les voy a hablar esta semana? La reconocida Bodega Lagarde, ubicada en Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, fundada en 1897 y adquirida por la familia Pescarmona en 1969. Imprimiendo su sello personal en cada vino, a principios de los años 80 se dedicaron a profundizar, desde la innovación, en la calidad y el estilo de sus vinos. Fueron de los primeros productores en plantar cepas no tradicionales en estos suelos, como el Viognier o el Moscato Blanco.
Hoy, la bodega es liderada por la tercera generación de la familia Pescarmona en manos de las jóvenes Sofía y Lucila, quienes piensan el proyecto como un balance perfecto entre pasado y presente. A su lado, cuentan con la magia y la pasión del enólogo Juan Roby quien, con todo el equipo de Lagarde, hacen de esto un compromiso con el vino, su tierra y su gente.
Tienen viñedos históricos que datan de años como 1906 y 1930. Su suelo se origina a partir de la desintegración de minerales de la cordillera de los Andes, los cuales son depositados por el agua y el hielo en capas de textura arenosa, con buen drenaje y poco contenido orgánico, lo cual es ideal para producir vinos de alta calidad.
Con una producción anual entre 1 y 1,2 millones de litros, cuentan con seis líneas de vinos (Lagarde, Proyecto Hermanas, Guarda, Altas Cumbres, Primeras Viñas y Henry), la línea de espumantes con cuatro etiquetas (Lagarde Sparkling Wine) y un Press Awards de puntuaciones que superan los 90 puntos en la mayoría de sus productos a nivel internacional. Este año vienen novedades de la bodega en el mercado. Hay que estar atentos.
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Una de las etiquetas de Bodega Lagarde.
Los vinos
¿Qué vinos probé? Acá les cuento bien.
Elegimos en conjunto cuatro varietales y dos etiquetas, las cuales fueron:
MOSCATO LAGARDE 2019: En vista, de color amarillo dorado.
La nariz se presentó con un intenso aroma a uva fresca, flores blancas y ciertas notas cítricas. De una elegante tipicidad terpénica (esto es, en pocas palabras, aromas florales, a veces frutales, que asociamos a aromas de flores blancas, cítricos, rosa, lavanda, hierbas de campo y son característicos del vino blanco). Transmite frescura y buena acidez. Su textura le da mucha tensión, una sensación casi tánica que perdura por bastante tiempo en boca. Lo recomiendo para un plato de pastas intenso.
SYRAH LAGARDE 2018: Un tinto en vista violeta oscuro, con aromas marcados a frutos negros, tabaco y algunas notas a especias. De buena estructura en boca, es un vino concentrado, voluminoso y de final persistente. Ideal para carnes rojas de caza acompañadas de quesos y salsas. Recomendado para acompañar la lectura de “Bodas de Sangre” de Federico García Lorca. Si son más de las pelis “The Sound of Metal” me gustó mucho y está en Netflix.
TORRONTÉS ALTAS CUMBRES 2019: De color amarillo con tonalidades pajizas, con aromas muy intensos a uvas frescas, también se perciben aromas que recuerdan a perfume de flores y a duraznos maduros. En boca la sensación es de frescura y equilibrada acidez. Buen volumen y fácil de tomar. Sí o sí, para acompañar verduras a la parrilla y ensaladas tibias.
SAUVIGNON BLANC ALTAS CUMBRES 2020: En vista, amarillo brillante con reflejos verdosos. Como descriptores en nariz, pueden encontrarse aromas a frutos tropicales maduros y a su vez cítricos, como el pomelo. Suaves notas herbáceas a pasto fresco, típicas de la variedad. De buena entrada en boca, untuoso y de buen cuerpo. Su marcada acidez deja una gran persistencia de frescura en boca. Pruébenlo mientras suena el disco “Circles” de Mac Miller. Marida muy bien con un fresquito ceviche.
(*) Sommelier