El dulce y ácido encanto del quinoto

Por Roberto Battaglino (*)

Los quinotos, un encanto distinto al de los otros cítricos. Cada vez que mi amiga Virginia Guevara llega de Inriville con las cajas cargadas de quinotos, lo anoto como mi día feliz. Esta semana, la Vir se apareció en la Redacción del diario con una caja que encandilaba en su anaranjando resplandor.

Pocos sabores me remontan más a la infancia. Patio de mi tía Nela en mi Gigena, siesta del invierno y las trepadas para ir arrancando uno por uno esos maravillosos frutos.

El encanto del quinoto, al menos para mí, es que están invertidos respecto al resto de los cítricos. La cáscara es dulzona y la pulpa bien ácida. A mucha gente no le gusta precisamente por eso.

Y al quinoto hay que comerlo con cáscara. De hecho debe ser uno de los pocos cítricos que se come con cáscara. A mí la del limón me encanta, pero ese es otro tema.

Me parece una experiencia encantadora esa sensación que provoca en la boca morder la textura de la fina cáscara del quinoto, con ese dejo dulzón, y ahí no más sentir el estallido de un jugo entre ácido y amargo, que va completando una paleta de sabores.

Contienen una gran cantidad de vitamina C, así que vienen muy bien para fortalecer las defensas en épocas de tanto cambio de temperatura.

Los chinos lo regalan como símbolo de prosperidad. De aquellos lados viene esta maravillosa planta, la “naranja dorada”, según la traducción del chino.

Los que somos del interior sabemos que el quinoto no se compra en verdulería. Se saca de la planta. La que está en tu patio, en el del vecino, de la tía, la abuela o de un amigo. Pero acá, en la ciudad, los quinotos se compran en la verdulería o en las ferias.

Como sea, quiero dejar expresa constancia que prefiero los quinotos crudos, con cáscara, antes que cualquiera de sus variantes.

La más conocida es en almíbar. Para prepararlos, hay que perforarlos con palillos y dejarlos reposar de una día para otro en agua con sal.

Los pesamos y los ponemos a hervir con la mitad del peso en azúcar. Cuando están tiernos, los retiramos y seguimos cocinando el almíbar. Envasamos tibios y podemos hervir los frascos para que se conserven más tiempo.

Con un quesillo hilado, van muy bien. Con una bocha de helado de crema americana, también. Solos con una copa de brandy o whisky desparramado en el sillón mirando una peli, una maravilla.

Pero también está la posibilidad de hacerlos jugar en platos salados. Por ejemplo incorporar unos quinotos en almíbar a una ensalada de rúcula y parmesano o acompañando una pechuga de pollo o pato como guarnición.

Así y todo, los sigo prefiriendo recién sacados de la planta bien al natural.

Buen provecho.

Esta nota fue publicada originalmente en http://eldoce.tv

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