Crónicas desde Barcelona

Por Matias Gieco

Para empezar, voy a serles honesto: no soy un cocinero ni crítico gastronómico, soy un aficionado de la cocina. Hasta me animo a confesar que en algún momento fui una especie de ‘groupie’ de Francis Mallmann; sí, me compré la plancha de hierro apenas salió su libro, quemé las naranjas con romero, mil bolsas de leña, de todo…

Por eso, al no estar absolutamente calificado para hacer una crítica realmente objetiva de un plato, les voy a contar el punto de vista de alguien al que le gusta sentarse, comer y disfrutar.

Hace un mes que vivo en Barcelona y, sintiéndome como el nuevo en la escuela, después de una primera semana donde tuve una sobredosis de tapas, jamón y de probar platos catalanes de otro planeta -en otra oportunidad quizás les cuente de las mil croquetas que me comí en un bodegón- necesitaba un cambio.

Lo bueno es que en la ciudad donde todo gira en torno al equipo de Lionel hay lugares para comer del país que se les ocurra, hasta uno de Nepal. Investigando encontré un lugar que se llama Robata, que significa “cocina a la brasa”, un restaurante japonés donde además de sushi hacen algunos platos asados al estilo nipón.

Lo primero que vi al llegar -además de los precios, que no eran una ganga- fue lo increíblemente que estaba ambientado, con fotos antiguas, pergaminos en japonés y mesas de mármol oscuro.

La carta tenía dos partes: una grill y otra de sushi. Con Valentina nos pusimos de acuerdo en pedir algunos platos chicos de cada parte para probar de todo, incluso la cerveza japonesa que nos ofrecieron.

Lo primero que llegó fueron las gyozas. Además de la presentación impresionante, me encantaría poder transmitirles lo increíble que estaban. Es un plato que parece simple, pero que no lo es: rellenas de pollo y verdura cortados milimétricamente, crocantes de un lado y muy, pero muy suaves del otro, unas empanaditas que funcionaban a la perfección cuando las sumergías en una salsa especial de la casa. Definitivamente, la mejor forma de empezar.

Dos segundos después de terminar el plato llegó el yakitori, un pincho de pollo con salsa tare, asado sobre una caja de hierro llena de carbón. Una barbaridad de rico, un sabor ahumado y dulce distinto que quedaba por algunos segundos en el paladar; el pollo en un punto perfecto sin partes secas y adobado según nos decían con una reducción de salsa de soja especiada. ¡Muy buenos!

Ya a esa altura de la noche desde la mesa de al lado me miraban raro por las caras que ponía, se los juro.

Después llegó el sushi. Pedimos dos variedades, “el negrito”, tartar de atún y tobiko, y el “king salmon”, que tenía huevas. Estaban buenos, pero no me podía sacar de la cabeza el yakitori.

El último fue un nigiri de anguila, una pieza de sushi diferente con un sabor intenso que nunca había probado. Da impresión el nombre, pero es un sushi muy recomendable.

¿Postres? ¡No! ¡Pedimos unas gyosas más!

Robata es un lugar para volver, nos atendieron perfecto y todo estaba excelente. Para los que visiten Barcelona, ténganlo en mente.

ROBATA

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