Comodoro Rivadavia invita

Por Alejandro Maglione (*)

Así fue
Me contacta Gabriela Zuñeda, organizadora de Comodoro Invita, que se coló en la Expo Turismo de Chubut, que este año se realizó en la ciudad de Comodoro Rivadavia. ¿Cómo no sorprenderme que esta ciudad que huele a petróleo, se lanzara a organizar una movida gastronómica? Sorpresa breve, cuando se recuerda que la Patagonia toda está vibrando al ritmo de la gastronomía. Se convenció de que el turismo gastronómico llegó para quedarse, y que ya los paisajes no bastan para atraer turistas. Son condición necesaria, pero no suficiente.

Comodoro Rivadavia
Es una ciudad difícil de describir. Está construida frente al mar, pero sus playas son inexistentes. Cuando la marea se retira, queda una masa de algas no muy agradable. Desde la ventana de un hotel estupendo como es el Lucania, se ven banderas que siempre, siempre están flameando tensas como si estuvieran duras de almidón. Las pobres no descansan nunca. Esa imagen nos promete que en la calle nos está esperando el protagonista principal de Comodoro: su majestad el Viento.

El viento sopla por doquier y a toda hora. Lo curioso es que los comodorenses se niegan a habituarse a él. Diría que lo detestan. Llena sus caras de polvo y las orejas de una arena finita que no se percibe hasta que uno lava sus oídos. Se impone el pelo muy corto o gorras de todo tipo -no se le ocurra usar un sombrero-, ciertamente el paraíso de los calvos. Y la ausencia de acostumbramiento se evidencia en que los locales, al encontrarse, lo tienen siempre como un tema de conversación.

Para solucionar todo esto es que abundan los lugares cerrados donde comer, tomar una copa, desarrollar actividades sociales, o hacer estupendas exposiciones. De paso hablan de otro tema recurrente: lo que ganan los petroleros. Este tema es un foco de atracción para muchos compatriotas que se le animan al clima hostil, a cambio de que ganarán sumas de dineros inimaginables en otro rincón del país. ¿Hace falta aclarar que la mayoría se decepciona? Los sueldos son estupendos, pero los puestos de trabajo sin ocupar no son tantos.

Además, tiene lugares encantadores a la vuelta, como la localidad de Sarmiento, con sus atracciones como el bosque petrificado, y 11 hectáreas de viñedos, con maravillosos cerezos por doquier, que se dice que pertenecen a Alejandro Bulgheroni. Lo consulté a Alejandro y reconoció ser el propietario del que, quizás, sea el viñedo más austral del mundo. Otro lugar impagable es Rada Tilly, y paso a contárselo.

Está “ahicito nomás”, como diría el paisano. A 10′ del centro de Comodoro y es como otro mundo. Una pequeña bahía, con una playa preciosa, un pueblito que parece no enterarse que cerca hay una ciudad de casi 300 mil habitantes. Se duerme con la puerta abierta de las casas, y donde el tiempo parece detenido. El viento está controlado por la geografía que lo rodea.

La primera mañana me vino a buscar Matías Cabral, a quien conocí en otra encarnación en San Martín de los Andes, un cocinero discípulo y admirador del gran Pablo Buzzo, que insistió para que fuera a conocer el restaurant donde muestra sus habilidades, el In, que instalara con todo lo que tiene que tener un gran establecimiento el omnipresente Cristóbal López. En toda la región tienden atribuirle a este empresario hasta la aparición de nubes en el cielo. Alguna vez escuché a un experto en imagen corporativa decir: “Si un empresario importante no construye su imagen, lo hará la gente y no siempre será de su agrado.”. Creo que López es un ejemplo de esto. Es responsable de todos los bienes y todos los males, mientras él y sus hijos guardan críptico silencio. Ergo, la gente se pone rumorosa e imprecisa.

Matías ama el lugar donde trabaja, y así lo notó el flamante gerente general del lugar, Pablo Petraglia, quien confesó que con su familia resolvieron dar una vuelta de tuerca a su vida hace un mes, y la verdad que aterrizar llegados de Buenos Aires a Rada Tilly significan varias vueltas de tuerca.

Punta Márquez

Viene a ser una elevación que cierra el costado sur de la bahía de Tilly. Se sube con automóvil, y se llega a un puesto de observación, donde se ve toda la rada e incluso Comodoro con toda claridad. El viento que está ausente en Tilly, allí vuelve a hacer su presencia con fiereza, a punto tal que le pedí a Matías en el auto que abriera mi puerta del lado de afuera porque pensé que estaba puesto un seguro para niños, y muerto de risa me dijo: “Es el viento”. Era el viento.

En este lugar, en medio de la nada, hay dos casitas. En una se supone que está la Prefectura mirando atentamente lo que sucede en esas costas repletas de historias de submarinos alemanes que al final de la Segunda Guerra venían a traer nazis con tesoros fabulosos (¿pura fantasía?). Los muchachos prefectos no pasan mucho tiempo en el lugar. Debe ser decepcionante un día a día en el que nunca pasa nada. La otra casita, alberga a una suerte de guarda parque, Patricio Larrea, que alquila binoculares para poder ver los lobos que se suponen que se ven lejos, debajo de este promontorio. Alquilamos los binoculares, caminamos hasta la punta de la punta, miramos para abajo y, nada. ¡Nada! Los binoculares los usé para ver Caleta Olivia, que también está “ahicito nomás”, mirando hacia el sur.

Al devolver los binoculares, me permití observarle a Patricio que de los lobos ni noticias. “Ah, se deben haber metido en unas cuevas que hay debajo de aquí, para protegerse del viento. Después, cuando el sol está más fuerte, siempre salen. Es más, los cuento todos los días”. Dejé los binoculares. Lo miré a Patricio a los ojos, pensando en los $20 que había pagado. ¡Y me dieron ganas de dejarle otros 20 por estar haciendo patria en ese páramo con vistas impresionantes!

El In

El restaurant está metido en la playa, con unos ventanales fabulosos, y enormes terrazas que hacen pensar que cuando el tiempo lo permite, y sobre todo en el verano, debe ser un lugar de encuentro inevitable. Con una excelente barra de tragos. Acondicionado para que sea un lugar disfrutable tanto de día como de noche, el personal que trabaja en el lugar es una muestra de federalismo: hay gente de Posadas, Mendoza, Salta, Buenos Aires y un lugareño, Agustín, que a sus 24 años no sabe bien de dónde viene el agua potable que llega a Rada Tilly.

El almuerzo en ese lugar, ese paisaje, acompañado de Matías y Pablo, fue una maravilla. Unas milanesas de cordero impecables. Un chorizo, también de cordero, que es el más rico que he comido en años. Matías me rebeló alguno de sus secretos: la carne se macera en cognac, luego en whisky, lleva ajo, tomillo, orégano y otras hierbas misteriosas. Mi amigo Mario Sorsaburu suele decir que hay platos que justifican volver a comer en un lugar: yo volvería a comer al In para probar ese chorizo fabuloso.

También a favor es que tienen menú para celíacos. En contra: con todo el mar patagónico enfrente ¡sirven salmón rosado -teñido, en realidad- chileno! Nuevamente la explicación es: “La gente lo pide.” Y mi aullido también es el mismo: “Explíquenle a la gente que con todo el pescado fresco y sano que tienen a un par de metros, es incomprensible que pidan un pescado importado, congelado, abusado de antibióticos, que rehúyen hasta los propios chilenos”. Temo que esta es una batalla perdida a la que deberé resignarme.

Conclusión
Me queda por contarles Comodoro Invita, nada menos, y todos los protagonistas con que compartí estupendos momentos: Silvia Valdemoros y su hijo Nicolás; Gaby Zuñeda; Pablo Soto, Hernán Gipponi, Mauricio Couly, Luis Calderón, Mike Armada; el legendario “Asador de la Muerte”; la paella solidaria a la intemperie a beneficio de la ONG local “Juntos por un Corazoncito Feliz”; el locutor imparable; la Morfilandia que se viene cerca de Rawson para noviembre; Marcelo Cámara. ¿Alcanzará con una nota? Suspenso hasta la próxima. Un proverbio hindú dice: «El corazón en paz ve una fiesta en todas las aldeas». Comodoro fue una fiesta.

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
amaglione@lanacion.com.ar / @MaglioneSibaris 

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