Por Alejandro Maglione (*)
Continuando
Realmente me entusiasmó la oportunidad que me diera Dolores Lavaque de volver a San Rafael después de tantos años. Como recordé en mi nota San Rafael, Mendoza: casi un museo viviente del vino argentino esta región pionera de algunos de los mejores vinos que se conocieron en nuestro país, venía pasando por una suerte de injusto olvido, principalmente en razón de que los propios locales, pienso yo, que descuidaron recordarnos e informarnos a los comunicadores, lo mucho y bueno que sigue surgiendo de sus viñedos con el correr de los años.
A veces los bodegueros se creen que basta hacer una cata en algún restaurante de Buenos Aires y la misión está cumplida. Eso, efectivamente, se hace rápido, los periodistas van, escuchan, se llevan la información que les entregan, y algunos publican sus impresiones. Pero no alcanza. En un momento de recuperación del concepto de terruño como valor fundamental de la industria vitivinícola, el ir al terreno, ver, tocar los racimos, probar in situ lo que se está produciendo, es una experiencia irreemplazable.
Si además se tiene la suerte de ser huésped de Dolores y su marido Ignacio Velasco, viene el plus de amanecer entre viñedos, de poder pasear entre ellos cuando la mañana todavía está fresca; disfrutar de una estupenda comida casera, que cierra, según el momento del año, con una generosa fuente de cerezas recién cosechadas, del tamaño de pequeñas ciruelas, y que luego veríamos en las fruterías locales que su costo es la quinta parte de lo que debemos pagar los abusados ciudadanos de las grandes ciudades. Todo esto junto, y por el mismo precio -por decirlo de manera jocosa- son un conjunto de experiencias que, al menos para mí, me resultan invalorables y sumamente enriquecedoras.
Curiosidades
Charlando en una cena en lo de Camilo Aldao, uno de los comensales locales nos contó que un juez, en pos de disminuir los accidentes automovilísticos en las rutas, estaba pensando en prohibir el consumo de espumosos en botellas de 750 cm3. Según Su Señoría (me genera una enorme curiosidad conocer la base científica que respalda sus buenas intenciones) las botellas pequeñas hacen que el bebedor se controle en no abusar del sano consumo de los buenos espumosos. Digresión: en esa comida, Camilo puso como chef a su sobrino Adolfo Zuberbühler, que venía de pasear por prestigiadas cocinas de Francia, entre las que se contó un merodeo por el Cordon Bleu de París. De esas investigaciones Adolfo no solo volvió cargado de experiencia, sino que trajo consigo a una encantadora novia rumana, que por ahora se comunica con gestos y por la exhibición de sus magníficas dotes de pastelera.
Así, continuando, me enteré que los sufridos bodegueros nacionales, además tienen que lidiar con estas cuestiones. Y claro, también ronda en Mendoza toda el fantasma de llevar a tolerancia cero el control de la alcoholemia. Me consta que esta medida se está aplicando en algunos países latinoamericanos. Incluso me informé sobre los resultados que indican una drástica reducción de los accidentes por culpa de conductores ebrios. Y esto está muy bien. El tema es que estamos hablando de Mendoza.y pedirle a mendocino que vaya de visita a casa de amigos o salga a comer afuera, y no beba. Francamente no tengo una solución que proponer. O quizás sí: poner una empresa de «ángeles conductores«, un servicio que existe en otros países, gracias al cual si el conductor advierte que tiene una copa de más, llama a los «ángeles», que llegan de a dos en una motocicleta, uno maneja el automóvil hasta la casa del conductor ligeramente encurdelado. Saluda a todos. Se sube a la moto del compañero que lo siguió a este efecto, vuelve a su guardia, esperando el siguiente llamado.
Veremos cómo sigue la historia. Por lo pronto, los viajeros frecuentes saben que desde hace tiempo se puede subir al avión en un aeropuerto de Mendoza con algunas botellas de vino, sin que ninguna policía de seguridad le diga una palabra. Hay que adaptarse.
Jean Rivier
Esta bodega no quiere ni desea ocultar que sus orígenes remiten a la pequeña y prolija Suiza. Sus propietarios, los hermanos Carlos y Marcelo Rivier, están absolutamente orgullosos de su origen familiar, al punto que mirando al edificio de la bodega, se ven flameando tanto una bandera argentina como una suiza. No importa que la visita sea en un día domingo. Ellos estuvieron encantados de recibirnos, a diferencia de alguna bodega de Tupungato, que a fines de febrero, en plena cosecha, una funcionaria de una bodega no familiar, me explicó que no podía ir un día miércoles porque «hoy es feriado». Nunca más la visité, y pienso que no lo haré en el futuro. Uno no se paga un viaje a Mendoza de su bolsillo, para perder un día de trabajo en temporada.
Las notas de cata, por decirlo de algún modo, fueron un momento inolvidable, sobre todo cuando Carlos se dirigió a una estiba repleta de botellas polvorientas y trajo un Cabernet Sauvignon de 1991. «Está sin etiqueta», se disculpó. Como no soy de los que beben etiquetas, sino buenos vinos, me apuré a «catar» lo más velozmente posible una copa detrás de otra, sin atender a las buenas maneras de estilo. Un vino fabuloso.
Los hermanos Rivier nos explicaron que sus viñedos, en realidad, están ubicados en San Carlos, unos 100 km. en dirección a Mendoza hacia el norte, lo que no quita que se sientan y sean totalmente sanrafaelinos.
Fueron muy interesantes un vino reserva del 2011 hecho con cepas de Tocai Friuliano, para nada frecuentes en la zona; más un Merlot elaborado con mucha ortodoxia y sumamente agradable al paladar; y me gustó ver que ofrecen como varietal un vino hecho con uvas Chenin Blanc, que estuvieron de moda en los años ’80 y principio de los ’90 (recuerdo un vino hecho por los hermanos Palmero con esta cepa). Una cepa muy difundida en la actualidad, pero ahora se la susurra, no se habla en voz alta de ella.
Las manos sarmentosas de los hermanos Rivier muestran a las claras que su vida laboral no se ha desarrollado detrás de escritorios, y hasta cuentan con orgullo que su madre es originaria de Vicuña Mackenna, una localidad del sur del Córdoba, que ahora exhibe el verde de sus cultivos de soja, pero que por años era un pueblo olvidado, frontera de donde comenzaba el desierto que se prolongaba en buena parte de la provincia de La Pampa. Gracias a ambos por su generosidad y paciencia.
Algodón
Fuimos recibidos por Mauro Nosenzo, el enólogo de la bodega y además excelente anfitrión, que nos hizo una degustación muy profesional, a la vez que se desenvolvía el almuerzo en el lugar que tienen preparado al efecto.
El de Algodón es un caso especial, porque esencialmente es un emprendimiento inmobiliario de altísimo nivel, pero a su bodega le dan tal importancia, como que quien asesora a Mauro en su tarea es el renombrado Marcelo Pelleriti, que supo aprovechar estos viñedos implantados en 1946. Hicimos una cata vertical del Pima 2009, 2010 y 2011 -que fue el que más me gustó-. Este vino es un corte de Cabernet Sauvignon, Bonarda (que ahora debemos llamar «Bonarda Argentina»), Merlot, Syrah y el omnipresente Malbec. Son vinos que han pasado 18 meses en barrica, y no muestran apuro por salir al mercado.
Personalmente no tengo más que palabras de agradecimiento por la dedicación y hospitalidad que demostró Mauro Nosenzo. Quizás, el chef del lugar, Gastón Langlois, debería ponerle un poco más de preocupación a los platos. La comida fue un 50%. La mitad de los platos salieron muy bien, la otra mitad volvieron a la cocina casi sin ser tocados. Lo curioso es que, estando el chef en la casa, no saliera con uno de los platos no favorecidos por los comensales y preguntara qué había pasado. Pero es un hábito que existe en nuestro país. Al plato devuelto se lo rodea de silencio cómplice, y se sigue para adelante con lo que siga. Eso sí, usted está en un restaurante donde debe atender una cuenta, el plato le aparecerá cobrado en la factura que le presentará el mozo con rostro impertérrito. Sugerencia: mozos, chefs, cocineros queridos, salgan al salón y entérense qué fue lo que pasó, así no repiten errores. No teman. No se conocen casos de clientes golpeando a chefs por un plato que consideren incorrectamente preparado.
Me corrijo: me consta que sucedió una vez. Estando Rudolf Nureyev, el inolvidable bailarín ruso, almorzando en conocidísimo restaurante de la Recoleta en Buenos Aires, no encontró de su agrado unos tallarines a la parisien. Pidió ver al cocinero, fue a la cocina con el plato en la mano; espetó -traductor mediante- al trabajador de las cacerolas: «¿Para usted estos son tallarines a la parisien?» El transpirado trabajador respondió afirmativamente, y el divo de la danza, volcando su plato en la cabeza le dijo: «Esto en realidad es una m.». A su exagerada reacción, la balanceó dejándole 100 dólares de propina a modo de resarcimiento. Pienso que el cocinero no debe haber quedado muy molesto al final de cuentas.
Redondeando
No deje de darse una vuelta por San Rafael. Tiene una oferta turística maravillosa, y como dije, se encontrará con las bodegas de su juventud -si es medio carcamán- y sus vinos, algunos de ellos inolvidables, claro que ahora elaborados con las nuevas técnicas, sino, se nos haría insoportable beberlos. Rincones para descubrir. Gozar de la hospitalidad local. Embalses maravillosos. ¡Quiero volver a San Rafael! (y de paso averiguar que pasó con el chef Christophe Rivet que dicen que está preparando una propuesta gastronómica inédita en la zona). Ojalá que haya cumplido con la máxima de Horacio: lectores delectare pariterque monere. Es decir, deleitar al lector y, al mismo tiempo, instruirlo. Un sabiondo este Horacio.
(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @MaglioneSibaris
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