Notas Vínicas: Una noche entre platos de mar, cochinillo segoviano y… buenos vinos

Por Valentina Livolsi (*)

Nueva semana cubriendo eventos, y que mejor que poder compartirles un poco por acá de lo que pasó anoche jueves en El Celta Restaurante (Ubicado en Jerónimo Luis de Cabrera 269).

Justo que estaba necesitando disfrutar de estas noches hermosas que nos está regalando agosto, me llega la invitación para cubrir (y disfrutar, claro) esta cena de tres pasos y tres etiquetas divinas que brindó el equipo del restaurante, junto con Bodega Luigi Bosca y la presentación de los vinos en manos de Javier Mercado, técnico enólogo y sommelier mendocino a quien admiro y respeto mucho.

Compartimos mesa con Gabino Escribano, dueño y tercera generación de esta tradicional familia gastronómica. Con gran simpatía y atención, respondió a todas mis preguntas y charlamos un montonazo, así pude aprender un poco más sobre lo que me rodeaba.

El restaurante y un poquito de su historia

La familia Escribano adquirió allá por 1994 la propiedad vecina al Hotel Castelar, donde funcionaba una farmacia, una panadería y también un complejo de departamentos. Esto luego sería anexado al hotel y después de mucho trabajo a pulmón, el día a día y varios años más tarde inauguraron el restaurante el 31 de diciembre de 2001, en medio de la crisis que atravesaba nuestro país.

Su idea era ser un “puerto” en Córdoba para tener productos de mar de todo el mundo. “Arrancamos medio cruzados, pero de a poco y con el tiempo se fue convirtiendo en un clásico”, me contaba Gabi.

Feliz en El Celta.

El Celta es un negocio familiar, desde sus comienzos. En aquel entonces era su abuela española quien dirigía la cocina y quien (por suerte) los incentivó con el mundo de la marisquería (pues claro, joder!). La idea siempre fue mantener viva la comida “casera”; tal vez son platos no tan sofisticados pero sí muy sabrosos, clásicos españoles y mediterráneos.

A todo esto.. ¿Y «El Celta», a que se debe? esa fue otra pregunta que le hice a Gabi, y me explicó que se trata de una anécdota cual datito de color, ya que su papá se considera gallego, puesto que sus padres llegaron a la Argentina desde Galicia, para vivir la “América”.

Empezaron trabajando en Buenos Aires (los inmigrantes españoles siempre se vieron muy cercanos a la hotelería y gastronomía) hasta que con el tiempo y un poco de ahorros llegaron a Córdoba y compraron el Hotel Castelar.

En Galicia hace muchos, muchos años, los Celtas fueron invasores (durante la Edad de Bronce) fusionando su cultura con la de sus habitantes, haciendo así incontables las similitudes entre ambos pueblos. Tal es así que muchas tribus gallegas se denominaron celtas -la Galicia celta entonces, es una realidad- y es razón por la cual también se hizo realidad en el nombre de este querido restaurante cordobés con un pasado gallego indiscutible.

La cena y los vinos

Empezamos la cena con una tapeo de mar, que no les miento fue un «aserejé» (ja!) a las papilas gustativas. Empanadas de pescado y mejillones, paella en canastitas de queso bien crocantes (divina), langostinos empanados, aros de calamar rellenos… todo riquísimo!

Este tapeo fue acompañado del White Blend 2020 de la nueva línea De Sangre compuesto por 50% Chardonnay (Gualtallary), 35% Semillón (El Peral) y 15% Sauvignon Blanc.

De color amarillo con destellos verdosos, tiene una nariz muy frutal que nos acerca a notas como frutas blancas de hueso, manzana verde, ananá. Su paso de ocho meses por barrica de roble francés aporta sutilezas de caramelo y miel, ¡me encanta! En boca su entrada es fresca y con buena acidez, ágil y elegante. Al tener contacto esos meses con las lías, su untuosidad es marcada, volviéndose un vino jugoso y de cuerpo medio. Le doy 10 TinaPoints.

Se continuó con la estrella de la noche, que fue el Cochinillo Segoviano con papas al horno (creación del papá de Gabino) que no probé pues veggie peeeeero, según las expresiones de quienes me rodeaban al comer y de lo bien que lo cortaron con un plato, daba la clara impresión de que estaba excelente por donde se lo mirara.

Algo de la cena.

Para maridar este plato, el elegido fue el Cabernet Sauvignon De Sangre 2019, un tinto de color rojo bien profundo con destellos rubí, que te deja extasiado en nariz por sus aromas a fruta negra madura, pimientos, como también notas terrosas que le da su paso de 12 meses en barrica de roble francés.

Es un vino tenso, vibrante de un gran paso por boca, de taninos sedosos y bien marcados. Inolvidable. Perdura largo rato, de manera elegante.

(Debo aclarar antes de olvidarme, ambos blends son “blendeados” -valga la redundancia- luego de su crianza en barrica, luego se filtran y embotellan. Además, tienen seis meses de estiba en botella antes de salir al mercado).

Para darle fin al evento y más manija a mis sentidos, llegamos al postre: marquisse de chocolate negro y blanco acompañado con helado de maní, crema al que se le agregó una medida de whisky, más crocantes y arándanos. Imperdible.

¿Con que acompañaron este plato? Unas copas de espumoso Brut Luigi Bosca método tradicional (o champenoise). Con 60 % Chardonnay y 40 % Pinot Noir, enamora desde su color amarillo dorado y sus delicadas burbujas, su nariz colmada de avellanas, frutas blancas, miel y algo de levaduras, infaltables. En boca propone una entrada dulce acompañada de una equilibrada acidez.

La línea De Sangre

Bodega Luigi Bosca creó Luigi Bosca De Sangre, luego de 120 años de estudio incansable de todos sus terroirs. Estas creaciones rinden homenaje a sus pioneros fundadores, los Arizu, familia vasco-navarra de gran tradición vitivinícola, quienes comenzaron a marcar el camino de la bodega desde que pusieron un pie en Mendoza, allá por 1860.

Todos los vinos elaborados en esta colección fueron pensados bajo el concepto de “selección de parcelas”, es decir, son el resultado de un exhaustivo análisis de zonas, suelos y sus particularidades que decantan en vinos que describen al terroir con total franqueza. Vinos elegantes, de gran expresión y con todas las características del lugar que los vio nacer, 120 años después, pero con las tradiciones intactas.

Así pasó una noche con energía familiar, inacabables charlas, reencuentros y buenas noticias. Siempre se recomienda visitar El Celta y muchos de ustedes ya lo conocen, pero no perdemos nada recordándoles nuevamente que vayan, visiten o regresen para inundarse de tradición y mariscos. ¡Siempre mariscos!

(*) Sommelier

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