Gastronomía en aeropuertos

Por Alejandro Maglione (*)

Qué pasa

Lo que pasa, con demasiada frecuencia, es que si usted es un sufrido pasajero aéreo de clase turista de cualquier línea aérea, sea para vuelos locales, regionales o internacionales (¿por qué el vuelo regional no es considerado internacional?) sabe que si aborda el avión con el estómago medio vacío, la sombra del hambre lo perseguirá hasta que desembarque y pueda encontrar un lugar en su destino donde saciar el hambre acumulado.

Porque ahora la onda es arreglarnos con la cajita con el alfajor tamaño medallón pequeño. Algo así como el tamaño de un vidrio de anteojo. Esa cajita infeliz, además suele contener un par de galletitas de agua, y si se porta bien, viene una golosina para que usted se ilusione con un postre.

Si el vuelo es regional ya se hace acreedor a un sándwich. Servido directamente sobre la mesita del respaldo delantero, apoyado en coqueta servilleta. Mucha miga, nada de manteca o mayonesa, un par de láminas de queso y luego un algo indefinido que puede ser algo con pollo, o jamón, o.¡mejor no preguntar!

El capítulo final es la bebida. Los vasos se han achicado dramáticamente. Hay que rogar que no le pongan hielo, porque sino ya el contenido del vaso de su bebida favorita, no llega al 20%. Claro, juntando todos estos temas, mi amigo Pablo me dijo: «qué tema para la nota de los viernes.».

Hay honrosas excepciones, pero son muy, muy escasas. Y no crea que si usted toma coraje y se juega a viajar en business la cosa mejora demasiado. Viene alguna copa de vidrio más, algún vinito, hasta algún platito caliente, que cuando intenta quitarle el papel de aluminio, seguramente sentirá el rigor de una ligera quemadura, donde descubrirá unos fideos compactados, que cuando pincha uno, se produce la magia de que se mueven todos en conjunto como si fueran un trozo de tortilla.

Los aeropuertos

La solución que van encontrando los viajeros frecuentes, es comer en el aeropuerto, aprovechando que tienen un margen de un par de horas antes de embarcar en su vuelo, y eso siempre y cuando el clima acompañe. Recordemos que en el 2013 las compañías aéreas tuvieron que atender un mercado de 3.100 millones de pasajeros, que la gastronomía no puede dejar de observarlo con atención.

Pero no todos los aeropuertos tienen una propuesta gastronómica mínimamente interesante, sino que más bien es todo lo contrario. Especialmente esto sucede en nuestros aeropuertos. Aquí impera el criterio de que atienden a un cliente de paso, que muy seguramente no volverán a ver, y por esto, le cobran lo que quieren, a la vez que la calidad de lo que ofrecen deja todo que desear.

Hubo un tiempo en que había un restaurante digno en el aeropuerto de Ezeiza. Hace muchos años atrás. Era habitual que una miríada de familiares y amigos acompañaran al o los viajeros. Y el paso por el restaurante era un clásico casi ineludible.

Esto me recuerda que en mis años mozos, solía ir a comer con mis jóvenes amigos uruguayos al aeropuerto de Carrasco, Montevideo. Se subía al primer piso, y había un restaurante de categoría. Se iba aunque no viajara nadie. Valía la pena el lugar, con vista a la pista. E incluso eran años en que, como en Ezeiza y el Aeroparque, se accedía a terrazas que daban a la pista, lo que posibilitaba ver al viajero cuando llegaba y estaba por entrar al edificio de la aduana, el que era saludado por una muchachada dicharachera, colgada de las barandas, con la algarabía propia del reencuentro y con ese gritar entusiasmado al que algunos suelen ser tan afectos.

Pero los aeropuertos brindan otra solución, que es la de comprar comida para llevarse a bordo. Incluso, hay pasajeros que he visto que suelen entrar con botellas de agua vacías – los líquidos no hay forma de pasarlos por el control de seguridad- que luego llenan ya sea en bebederos que suelen encontrarse en algunas partes, o bien directamente en la canilla de los baños.

También se puede traer comida de la casa y llevar como equipaje de mano, algo que pocos pasajeros saben. Siempre teniendo en cuenta la restricción a los líquidos. Y allí el ingenio y la practicidad queda librada a quien viaje. Personalmente elegiría llevar todo lo que se pueda comer con la mano, donde los bocadillos de acelga o arroz, un trozo de tarta o unas empanadas que se puedan comer frías, serían buenas opciones.

Por el mundo

Perú tiene un restaurante en su aeropuerto Jorge Chávez, un lugar que ha recibió un premio en la especialidad por la calidad de la comida que ofrece, que también acondicionan para llevar a bordo. Es el 365 Deli, y fue distinguido con el Moodie Airport FAB Award 2012. Tuve oportunidad de volver a pasar hace un par de semanas y comprobé que la buena propuesta permanece inalterada.

En el aeropuerto de Alicante, el afamado chef Quique Dacosta puso su Aire Tapasbar. Ahora bien, si está en el aeropuerto de El Prat en Barcelona, llegue un buen rato antes y pase por el Porta Gaig, donde el chef Carles Gaig le pone la firma a unos platos deliciosos, servidos en un ambiente muy agradable.

En mi último paso por Toronto conocí el Twist de Roger Mooking que ofrece una cocina casera norteamericana que casi vale la pena viajar para probarla. Si de sándwiches gourmets se trata, mi mejor experiencia fue en el ink.sack de los Angeles, donde Michael Voltaggio muestra sus mejores artes en los contenidos de sus deliciosas baguettes.

Heston Blumenthal, zar de la cocina molecular, se jugó e instaló un horno a leña en su Perfectionist’s Café en la Terminal 2 de Heathrow. El buen ejemplo fue seguido por su colega Gordon Ramsay, que también en el aeropuerto de Heathrow en Londres puso el Plane Food, claro que en la Terminal 5. Siempre en el mismo aeropuerto, está The Gorgeus Kitchen, de la chef Sophie Mitchell. Una suerte de doña Petrona.

Me detuve en Londres, porque es un lugar en que muchos amigos conocedores de la buena comida, coinciden en que tiene una oferta particularmente interesante comparando con los aeropuertos de otras grandes ciudades del mundo. También he recibido comentarios muy elogiosos del aeropuerto de Ámsterdam, Schiphol, pero en las oportunidades en que he estado en esa ciudad, mi llegada fue por carretera, así que es una experiencia gastronómica que me debo.

Conclusión

No espere que nada cambie en la calidad de la comida en el aire. La mayoría de las compañías aéreas a la hora de ajustar gastos, agregan hileras de asientos en la clase turista, y ajustan al máximo lo que se les va a ofrecer a los pasajeros en la cabina. Ahora recuerdo haber viajado en una empresa low cost en los Estados Unidos, que al subir al vuelo, en la manga, había una bandeja con bananas. Usted tomaba la suya si le apetecía, y cuando le daban una bebida a bordo, aprovechaban para retirarle la cáscara. Sospecho que las compañías con costo normal, van encaminadas hacia acciones de este tipo. Pobre de nosotros.

Lo interesante es que los que vieron los aeropuertos como una oportunidad de negocio gastronómico, tuvieron que adaptarse a la prohibición de usar fuegos, o hacer pasar a sus proveedores por una pesadilla de controles antes de entregar sus productos. Pero, por ejemplo, para Gordon Ramsay, los 2000 cubiertos mensuales que factura, justifican el esfuerzo.

La pregunta final es: ¿llegaremos a tener ofertas semejantes por aquí? Ahora veo tan lejanos aquellos días en que el vuelo de Austral a Bariloche ofrecía en vuelo a los pasajeros una parrillada (nunca entendí como los Reynal, sus propietarios de entonces, lograban esta suerte de milagro). ¿Llegarán? El pensador Curtius escribió: surdas aures fatigare, que quiere decir gritar a oídos sordos. 

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @MaglioneSibaris

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