Chile: Santa Rita, vinos y fantasmas

Por Alejandro Maglione (*)

Volver a Santiago

Por diversas razones pude visitar esta ciudad y sus alrededores en diversas etapas de mi vida y de la vida de esta ciudad y este país. Esas experiencias que son las que me hacen exclamar con frecuencia: es mentira el tango que dice “20 años no es nada”. 20 años es un montón de tiempo y pasan una cantidad interminable de cosas.

En los primeros años de la revista Cuisine & Vins -que colaboré a fundar y dirigí durante algún tiempo- se imprimía en el exterior por diversos motivos técnicos y económicos. Varios números se hicieron en San Pablo, Brasil, y un día tomé la decisión de mudar la impresión a Santiago de Chile. Lo cual me creó la amable rutina de viajar todos los meses, cargado de originales, para supervisar personalmente la calidad de impresión que hiciera famosa a la Cuisine de aquellos años.

Esto significó ver como en una máquina del tiempo, todo el proceso de cambio del gobierno militar a la democracia. Y también ver como Santiago y sus alrededores iban mudando su fisonomía mostrando que en muchas partes el cambio que se producía no era solo edilicio, sino también social.

Al volver de la mano de Viña Santa Rita, encontré una ciudad cambiada. Con edificios monumentales como la Torre Costanera. Me costó reconocer la zona de la ciudad donde se produce el cruce de las avenidas Vicuña Mackenna y Vespucio, otrora un barrio pobre, que vi como pasaba a llenarse de casas de clase media gracias a planes de vivienda bien ejecutados, terminando por instalar un centro comercial impresionante, que permitió darle a sus pobladores una autonomía del centro de Santiago.

Aprecié como su subterráneo, impecable y silencioso por circular sobre ruedas de goma, se extendía por diversas partes de la ciudad. Una ciudad donde uno es recibido con instrucciones sobre cómo actuar en caso de temblores. A los chilenos no los detuvo en su avance terremoto alguno.

Santa Rita
Estos amigos, dueños de la bodega Doña Paula en Mendoza, ya me habían anticipado que me invitarían en ocasión de un maravilloso concierto de cámara que se realizaría, y se realizó, en la capilla de la casa patronal de la viña, y cumplieron. Y no sólo cumplieron con la parte musical, sino que montaron para mí un recorrido enogastronómico agradablemente interminable, donde los nombres de María Luisa Vial de Claro; Andrés Lavados y Elena Carretero, jugaron un papel clave en todo lo que sucedió.

La primera dama, es la viuda de Ricardo Claro, un personaje que sin duda me hubiera encantado conocer, que entre otras empresas, ha sido un incansable desarrollador de las bodegas y viñas que componen el grupo, más el Hotel Casa Real y el Museo Andino, que guarda su colección personal. Hoy todo colocado bajo el paraguas de la Fundación Claro Vial, de la cual doña María Luisa es su cara visible. Andrés Lavados es el CEO del grupo y Elena Carretero una española encantadora, anfitriona profesional como pocas veces he visto.

La viña está ubicada al sur de Santiago a unos 30 km. que ahora se recorren en una cómoda autopista, en la sección Alto Jahuel, comuna de Buin. Esta región se conoce como la ruta del vino del Maipo Alto, que integran a su vez las comunas de Buin, Pirque y Paine. Hacia donde se dirija la mirada se ven los viñedos plantados en el piedmont de la cordillera omnipresente.

Es allí, en medio de los viñedos que se encuentra la enorme casona de 1882, declarada monumento nacional en 1972, hoy conocida como Hotel Casa Real. La casona y la capilla adjunta fueron restauradas por iniciativa de Ricardo Claro en sus mínimos detalles. Incluso, para la capilla se trajo a uno de los restauradores de la Capilla Sixtina del Vaticano. Don Ricardo no se andaba con chicas. El lugar se encuentra rodeado de un parque fabuloso de 42 hectáreas, que personalmente supervisa todos los miércoles María Luisa. El parque es de estilo pompeyano, y la variedad de árboles centenarios es extraordinaria. Incluso cuenta hasta con un ombú, que tuve que reconocer para varios chilenos que ignoraban la existencia de este arbusto gigantesco.

El parque lo iniciaron y agrandaron dos de las familias propietarias del pasado: los Fernández Concha y los García Huidobro. Su construcción se efectuó entre 1892 y 1895.

Lo histórico

Dentro del predio está una casona de adobe que fuera de la original propietaria, doña Paula Jaraquemada, en la que se ocultaron 120 patriotas que eran buscados por las tropas españolas. Cuenta la leyenda que doña Paula encaró a la tropa atacante sola y su alma, y preguntándoles: “¿Vienen a quemar la casa? ¡Tomen, ahí tienen el fuego que precisan!”, al tiempo que de una patada tiraba al suelo un enorme brasero que desparramó sus brasas encendidas. Esto amedrentó a los ibéricos, que pusieron los pies en polvorosa. Hoy ahí funciona el restaurant Doña Paula, que pienso que es una visita insoslayable si se pasa por Santiago.

La Casa Real se dice que está habitada por un fantasma, cuya fotografía incluso vi, tomada por un turista que se fotografió en un espejo y detrás suyo, a un costado, se ve claramente la figura de una dama vestida a la usanza del siglo XIX. Hombre de coraje, visité los lugares donde la dama se manifiesta, incluso de noche y poca luz, y se ve que no le dio la gana de darme el gusto de conocerla. Lo que sí es cierto, es que hay manifestaciones constantes de su presencia, ya sea con cuadros que se tuercen como por arte de magia; las bolas de una mesa de billar que se entrechocan ruidosamente sin que haya nadie en el salón, e incluso el cuarto se encuentre a oscuras, y los ejemplos siguen. Sin duda, un atractivo más para conocer el lugar.

La Viña fue fundada en 1880 por Domingo Fernández Concha, distinguido hombre público de la época que se dedicó a introducir cepas francesas. Este construyó las casas patronales, capilla y bodegas subterráneas las cuales se conservan hasta hoy como las más antiguas en uso en Chile. En estas instalaciones y gracias a la asesoría de enólogos franceses, se inicia la elaboración de vinos con técnicas y resultados muy superiores a los tradicionales conocidos en aquella época.

Museo Andino

A Ricardo Claro lo introduce en la fiebre del coleccionismo un amigo de él, Ruperto Vargas, gran arqueólogo, que de tanto en tanto le vendía alguna de las piezas que iba consiguiendo en una búsqueda incesante. Hoy Ruperto integra el Consejo del museo. Treinta años dedicados a este hobby terminaron por nutrir al museo de 3200 piezas de incomparable valor. El museo en sí, ubicado dentro de los terrenos de la bodega, es una construcción de vanguardía de 1500 mt2 que exhibe esta, una de las colecciones privadas más importantes de Chile abierta al público. Sus salas ofrecen un recorrido por el Chile precolombino y post conquista incluyendo piezas de la cultura Rapa Nui, Diaguita, Mapuche y criolla. Entre dicha colección se encuentra una importante muestra de piezas de oro. Recorrerlo con su director, Hernán Rodríguez, genera la tentación de quedarse horas escuchándolo hablar de la historia pieza por pieza, que conoce a la perfección.

Me llamó la atención la colección de joyas mapuche realizadas en plata. Me explicó Hernán que estos aborígenes comenzaron a producir granos como ser trigo y otros productos, que luego vendían y les eran pagados en pesos de plata. Pero resulta que siendo una comunidad auto sustentable no tenía como gastarlos, así que se les ocurrió fundirlos y hacer estas piezas que hoy pueblan el museo.

El concierto

Se realizó en la capilla de la casa patronal. Estaba realmente el tout Santiago, con las damas ataviadas con sus mejores galas. Presidió la señora María Luisa toda la tenida, y disfrutamos de la Orquesta Barroca Nuevo Mundo, que a su frente tuvo a Raúl Orellano como primer violín. Raúl se formó como violinista barroco en Milán, Italia. Un personaje digno de conocer y escuchar. Gracias a estos maestros, la capilla se inundó con las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi. Lo que se dice, jugar al medio de la cancha, no arriesgando con los flejes. En lo personal, queda como una de las experiencias de la vida que guardaré en mi carpeta “Felicidad”.

Conclusión

Convengamos en que antes de hablar de vinos y restaurantes esta suerte de encuadre histórico geográfico era clave para entender lo que viene. Como anticipo, les cuento que probé unos vinos tintos espectaculares. Y un malbec de la bodega Carmen, hecho por Sebastián Labbe, que ya dio que hablar. Una gran experiencia sin duda, que recién empiezo a contarle. ¿La fantasma.? Ese asunto también queda para la próxima. 

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
amaglione@lanacion.com.ar / @MaglioneSibaris 

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