Así son las “apericenas” en Torino

Por Nicolás Marchetti (*)

Nos levantamos temprano con los compañeros de ruta Facundo Tochi, Federico Schneidewind, Matías Dana y Mariano Ramírez, hicimos un desayuno parecido al del día anterior (prosciutto, mortadela, bocconcinos, Nutella, tomates cherry, queso parmesano) y partimos hacia la estación central de Milán, que es una  preciosura arquitectónica.

Tomamos el tren y llegamos a Torino en una hora. Buscamos el hotel, dimos un par de vueltas de más, pero qué lindo que es perderse en ciudades tan pero tan hermosas y distintas a las nuestras. Torino es una maqueta antigua, de una belleza que no imaginábamos.

Está al pie de los alpes y se levanta con edificios de 1800. Está llena galerías, de calles empedradas, de plazas, de palacios (“palazzos”) parques y bares. Y el río Po, que es el más largo de Italia, la atraviesa entera y baña su belleza en esta zona con puentes y vistas que lo relacionan con más plazas, iglesias, montañas y miles de chimeneas en los techos de teja.

Entre tanta belleza clásica, Turín tiene muchas heladerías artesanales pero también muchísimos bares a lo largo de sus galerías, que acompañan el recorrido de las avenidas principales y en los alrededores de las plazas. Todos con su propio estilo, desde los clásicos que sirven vermú con soda y que están abiertos desde 1800, a los más modernos y novedosos, que proponen coctelería influenciada por la alta gastronomía mundial (como el Smile Tree en Piazza della Consolata).

El DDR bar está en otro polo gastronómico de la ciudad (hay muchos a pocas cuadras de distancia) pero se puede ir a pie desde cualquier lado. Lo suyo está con la onda del momento, la “apericena”. Consumiendo un trago se accede a un bufet que tiene de todo: ensaladas, tartas, focaccias, verduras crudas y más. En la esquina hay mesas y sillas sobre la vereda y desde ahí se puede ver el ritmo de la ciudad. La vida nocturna empieza cuando termina la tarde y todo se apaga a eso de las 23.

Nosotros llegamos a eso de las 19 junto a Filippo, un amigo italiano de de Federico Schneidewind, quien había estado en Rosario un par de veces y nos recibió certificando su pasaporte de “casi” argento: “Nunca una mina ustedes, eh”, largó cuando nos reconoció como los cinco argentinos que lo esperaban, sin conocerlo siquiera por Facebook, en la estación de trenes. Y así fue que este joven periodista italiano nos contó un poco la historia de Torino, mientras recorríamos sus calles céntricas.

El Mercado
Turín (o Torino) tiene el mercado más grande de Europa. En las afueras proliferan las tiendas de ropa y accesorios de todo tipo, a cargo de familias de inmigrantes que llegaron a la capital de la región del Piemonte para una vida mejor. Muchos africanos al despacho de medias, adaptadores para celulares y anillos y pulseras, entre muchísimas otras cosas.

Al aire están también están los cientos de puestos de frutas y verduras, carnes, quesos y panes artesanales. Cada cartel que identifica al producto también indica su procedencia. En el edificio central, techado, abundan las carnes, quesos y fiambres. En todos lados hay gritos, risas y ritmo de venta. Es un mercado para visitar, colorido y perfecto para comprar y hacer la picada (el aperitivo) en los jardines del palacio real, que está a pocas cuadras del lugar.

Alcauciles, tomates secos con alcaparras y ajo, prosciutto con 36 meses de estacionamiento, gorgonzola cremoso, panes de masa madre, frutas y más, pueden ser parte de ese pequeño festival de sabores al sol, o a la sombra de los castaños que proliferan en el parque. Allí mismo hicimos la siesta.

La Mole Antonelliana
“La Mole” es una gran torre desde donde se puede ver toda la ciudad. Es el principal símbolo arquitectónico de la capital del Piamonte. Fue construida entre 1863 y 1888 por el arquitecto Alessandro Antonelli, de cuyo nombre deriva el de la obra.

En la actualidad, la Mole Antonelliana alberga en su interior desde el año 2000 y distribuido en un espacio de cinco pisos el Museo Nazionale del Cinema, un museo dedicado a la historia del cine considerado como el más importante del país. Mediante un ascensor ubicado en el centro de la construcción, que en su planta baja muestra tremendos bares y restaurantes, se puede ascender y disfrutar de una panorámica de Turín. Desde allí buscamos sin suerte el estadio olímpico, la casa de Carlitos Tevez y la de Paulo Dybala.

Los bares clásicos
Luego nos fuimos de bares. El bar Barrati y Milano en Piazza Castello es una obra de arte en sí. Está abierto desde fines del 1800 y conserva su estilo estético y gastronómico desde entonces. El aperitivo de la casa, en esta visita era una mezcla de vodka y jugo de melón, decorado con cereza al marrasquino, menta fresca naranja. Los bocaditos que acompañaron fueron inolvidables: prosciutto, ensalada rusa y focaccia, entre otras delicatessen.

A pocos metros y sobre la misma galería está el Café Mulafsano, un pequeñísimo y pintoresco bar de paso que tiene mesas diminutas pero mucho estilo e identidad. Como en todo el recorrido los precios rondan entre los seis y los doce euros. Aquí probamos el Vermú de la casa (fatto in casa) con un poco de soda y dos hielos. Los Tramezzini (sandwichitos de miga) son deliciosos en éste y en todos los bares de Torino. La felicidad es total.

Por último, el Caffe Torino (fundado en 1858) es un buen lugar para cerrar la tarde en la barra o en una mesa, tomando un expresso o un aperitivo como el Gentile, elaborado con Aperol, Martini Dry, Prosseco y Mandarinetto (licor de mandarina italiano) con otra cereza al marrasquino. Los carteles de Neón brillan en el techo de la galería, que mira la vida nocturna de la Piazza, que incluye a unos abuelos bailando en plena noche.

La conservación arquitectónica y búsqueda de la belleza en cada acto cotidiano, en cada aperitivo o en cada bocado que nos llevamos a la boca, es la regla de oro en este viaje. Apenas empezamos el recorrido por esta increible ciudad de Torino encontramos una casa de quesos, Baita del Formagg, que era una obra maestra en sí. La cantidad y la variedad de quesos italianos y del resto de Europa era realmente conmovedora. La sensibilidad de los paladares también es una muestra de evolución cultural, quién podría dudarlo.

Los cafés, los panes, los productos del mercado, la variedad y calidad de las bebidas, todo se mezcla con cientos de años de historia, de arquitectura, de vida al servicio de la belleza y de buscar y encontrar cada día el momento de placer.

 

(*) Director de Circuito Gastronómico.

Si querés leer la crónica del primer día en Italia (en Milano), hacé clic acá.

Si querés leer la crónica del segundo día en Italia (también en Milano), hacés clic acá.

 

No te pierdas la galería de fotos del tercer y cuarto día en Italia:

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